"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


sábado, 28 de noviembre de 2009

Lo que es la vida

-Es algo así como un libro al que debes repasar con tus dedos, porque eres ciego. Tantear letra a letra, como si presionaras botones que terminan por encender o, en la mayoría de los casos, apagar algo.

-¿Te sostengo el cigarrillo?- me pregunta y lo toma de mi boca mientras libero el humo. Luego lo coloca en su sitio, de nuevo.

-Después te das cuenta que las hojas eran unas cuchillas enormes y las palabras filosas hendiduras, como un rallador gigante. Pero igual sigues leyendo con tus dedos convertidos en incipientes muñones, hasta que no queda más remedio que utilizar todo tu tacto.

-Ah, ahora entiendo- vuelve a retirarme el cigarrillo al aviso de mis ojos enrojecidos, bocanada afuera y lo devuelve.

-Cuando llegas al último verso -o llega lo que queda de uno, el esqueleto-, justo al oprimir el gran botón, el punto final que en definitiva detonará al circuito entero, el libro se cierra como una trampa para osos que se engulle lo que queda de ti.

-Con que así es como sucede.

-Sí, así exactamente.

-Lo que es la vida, ¿te apago el cigarrillo?- es lo último que dice, antes de apartarlo de los que solían ser mis labios y tirarlo. Luego, me cambia las vendas.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Guardarropa

Hay quienes guardan el vestido de matrimonio, las joyas de la abuela o el diente que nunca se llevo el Ratón Pérez. Otros, un monstruo noctívago o una fotografía de algún amor secreto, que vienen siendo lo mismo.

Los fetiches están bien escondidos en los rincones, allá, tras otras prendas menos indecorosas. Escondemos viejos tiempos, por si una noche nos da por almidonar la memoria.

No faltará el extraño que llegue a despojarnos de pretextos, recatos y esos accesorios necios, entonces descolgamos el goce para hacer espacio a los que tanto estorban entre sábanas, los escrúpulos que se escurren ensopados.

Hay días en que nos encerramos para hacerle compañía al engendro solitario y cuando salimos, todos húmedos y oscuros, no soportamos el aire limpio y la luz que hostiga en los ojos.

Habitan corazones que van quedando en desuso, o terminan devorados por los insectos que se deleitan con los harapos que vamos guardando; y por eso el amor huele a polilla estrellada contra parabrisas.

Es importante entonces, no olvidar colocar las bolitas de naftalina en el armario, sacar los trapos al sol, darle un baño a nuestro monstruo una vez al año.

martes, 17 de noviembre de 2009

Sex-soft-on


Sexsofton es correr al edificio de enfrente, pagar unos cuantos centavos a un músico decadente para que toque su saxofón toda la noche desde su apartamento, mientras tú crees que es una perfecta casualidad.

Sexsofton es incendiarte con las luces que se duermen.

Sexsofton es descoser tu vestido, como deshace el músico vecino el corsé de su instrumento.

Sexsofton es la melodía fluida por la ventana, los fluidos melódicos por las sabanas, los gemidos espasmódicos que se riegan de tus labios, los del saxo.

Sexsofton, el compás de tu vientre.

Sexsofton, el blues del músico al saberse solo.

Sexsofton, absorber el jazz que llevas dentro, escucharte cantar How High the Moon, verte partir a otro mundo mientras te vienes en este.

domingo, 8 de noviembre de 2009

B Movie

Lo nuestro era un amor de culto, no apto para todo público, una relación de película porque lo tuyo era el cine. Soñabas con tener el Garbo de Greta y la Gracia de Kelly. Y no es que fueras exactamente una femme fatale, ni yo Marlon Brando. Pero no había nada que reprochar, los productores de esta historia no tenían para más. Algún guionista decadente te dictaba sus ideas. Tú hacías las veces de directora mientras me acompañabas en el plató, y yo me defendía como podía, sin extra alguno que me respaldara en las maromas que el libretista loco en tu cabeza me obligaba hacer.

Odiabas las comedias románticas, por eso cuando llegué a tocar a tu puerta, con la conocida excusa de la taza de azúcar, gritaste: ¡Corten! Y la escena se repitió.

Allí estaba yo, saliendo por la ventana de mi apartamento a siete pisos del mundo. El trato era que yo debía entrar por la ventana de tu habitación y pedirte que me ocultaras de unos agentes del F.B.I. que querían investigarme por presuntos nexos con extraterrestres o Al Qaeda. Sin poleas ni arnés alcancé tu ventana…

¡Corten!

…La ventana estaba atascada, yo a siete pisos de mi integridad y tú en mi apartamento animándome a que hiciera el recorrido de vuelta, con un té de manzanilla en las manos.

Por lo menos nos entendíamos en la cama, o eso creo. Siempre lo dudé por tu notable habilidad en las artes escénicas. A veces te inventabas algún pretexto para llegar tarde a casa e intentar conseguir un traje como el de Liza Minelli cantando Mein Herr, o el de la Hayworth en Gilda. Y mientras te quitabas el guante soñando ser Rita, yo le echaba la culpa a la Madre Naturaleza por el terremoto de San Francisco, por Rita Hayworth y por tu striptease. ‘Put the blame on Mame, boys, put the blame on Mame'; cantabas.

No logré entender que tenías en la cabeza. Siempre te veía por ahí, tranquila y de repente se te antojaba algo. Así fue como llenamos un cuarto de canarios para que tú pudieras sentir el horror de Tippi Hedren. Fue una lástima que terminaran revolando por toda la casa mientras cerrábamos las ventanas.

-Algo de espontaneidad no vendría mal- te propuse y…

¡Acción!

El florero estrellado contra el muro, un sofá volcado en la sala, a la vez que tú recitabas las líneas premeditadas: que lo tuyo era el cine, que te dejara vivir en tu película, que qué sucedía con todo el mundo que querían convertirte en lo que tanto odiabas. Yo, en un intento de salvar mi pellejo de tu histeria, salí corriendo del apartamento rumbo incierto. Grave error, el melodrama apenas comenzaba: mi ropa lloviendo desde el balcón, los cigarros esparcidos al viento, tus frases aventadas por la calle y los vecinos señalando al pobre desgraciado que yo representaba.

-¡Mujer, la tele no!- te grité- entiende que lo nuestro no es más que una B-Movie, una pareja de bajo presupuesto.

Y así es como salgo de tu película, con sangre de la de verdad porque no había para más. Tú sin tele, yo sin ti.

Te ves bien en pantalla grande dando vuelcos por los balcones, escapando de los policías que ahora van a tu encuentro. El enfoque a tus pantorrillas para desorientar al cerdo portero es casi tan impresionante como el brazo descubierto de la Haythworth. Corre mujer, corre. Haz autostop por las carreteras. Yo entretanto iré por algún refresco. Cuando vengas trae una antena nueva para la tele y popcorn que ya no tengo. En los créditos nos vemos.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Pensamientos inútiles a las 3:33 de la madrugada

1.

Tres y treinta y tres en verde fluorescente titila el despertador. El despertador fluorescente titila en verde: tres y treinta y tres. Titila fluorescente el despertador las tres y treinta y tres en verde. Tengo una amiga quien gritaría si viera ese número, sufre algo así como una triscaidecafobia pero con el número trescientos treinta y tres; o más bien una triplehexafobia dividida por dos. Sí, seguro moriría en este momento con el tráfico de tic-tac en los relojes del cuarto contiguo, el del relojero. También sé de un niño que cuando tiene pesadillas en la noche corre al cuarto de sus padres, se detiene ante la puerta y prefiere dormir allí en el suelo; lo espantan esos pasos acompasados del reloj al otro lado.

2.

Cuántas escaleras habré escalado para confirmar que si el menguante de la luna no es más que la sombra proyectada por la tierra, y si yo -habitante de este mundo, terrícola escapista, humano orbitando la locura- lograse alzarme lo suficiente para que el sol recayera sobre mí, también mi sombra se reflejaría en la luna.

3.

Qué gran avance ha representado para la literatura la máquina de escribir y, posteriormente, el teclado de computador. Antes, la costumbre era la de redactar a una sola mano, bienaventurados los onanistas ambidiestros. Pero ahora todos podemos pertenecer a ese excelso grupo que ha logrado una economía estable en sus dos manos: de a tres teclas por dedo, el comunismo del teclado. Sí, en definitiva la producción literaria pudo haber aumentado; su calidad… dejémoslo en que ha entrado a eso que llaman producción a gran escala. Por eso, aunque ahora se escriba a dos manos por hombre, la muy condenada seguirá incompleta.

4.

¿Que por qué era tan grande Mercedes Sosa? Imagínese usted, tener que cargar con toda la voz de Latinoamérica. Se debe ser robusto, fuerte y grande, con la piel gruesa y bien puesta para no romperse con esos gritos, gruñidos y llantos.

5.

Para sobrevivir en Medellín se deben dejar los escrúpulos de lado, aprender a tratar con las putas y poco a poco desmontarles las cuchillas que llevan entre las piernas. Mejor dicho, hay que saber alzarle la falda a las montañas.

6.

Tres y treinta y tres de la madrugada. Se fue la luz. Ya no titila el despertador. Tres y treinta y tres rezaba en verde fluorescente. Y como a esa hora se fue la luz, entonces esa hora seguirá siendo hasta que vuelva. Pero la luz no se va, se fue la energía, porque la luz la tengo en esta vela. Mejor dicho, se trasformó la luz como la energía, que tampoco se va, sólo que el lenguaje no es suficientemente explicito para decir algo como que se apagó el bombillo a causa de que los impuestos no han sido pagados. Pero la vela me es suficiente. Se refleja mi sombra en la pared, como lo haría en la luna si me alzara lo suficiente. También está la sombra de mi cigarrillo y de pronto me pregunto por qué cuando lo aspiro, el de mi sombra también se consume pero no se enciende como el mío. Concluyo entonces que no soy el único oscuro esta noche, también el pobre quema su pena sin hacer mucho ruido.