"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


lunes, 28 de diciembre de 2009

Patio Trasero

Desprendido el patio trasero del mundo, nuestro destino estará dedicado al tedio cotidiano, a la suciedad perpetua eterno aburrimiento, o quizá a una inmortal sensación de nunca estar secos.

Estuve soñando –yo siempre lo hago-, que el patio trasero del mundo era desaparecido, y la gente ya no tenía donde extender sus trapos, entonces ya no estaba el grito en la casa de entrar las ropas cuando lloviera, del viento que sopla sobre las telas. Los niños ya no tenían paredes de lino para plasmar sus manos sucias en mariposas de diez dedos que olían a tierra y estiércol.

Estuve soñado –y a veces no paro-, que el mundo usaba siempre el mismo atuendo, sus zapatos raídos. Cuán aburrido y sucio. Y la gente ya se conocía las camisas, los amantes ya aburridos de saberse viejos atavíos, sin bragas nuevas que romper y los mismos botones que remendar después del sexo.

Y algunos con sus ropas mojadas porque no soportaban el hedor a día eterno, salían a cazar alguna gripe y terminaban arropados por sudarios reciclados. Eran tiempos de inconformes y ya nadie estaba demasiado seco sin el patio trasero del mundo.

Entonces fue cuando sucedió, que en el sueño todos se despojaron de sus vestidos y los tiraron al gran vacío que había en el mundo, sábanas empantanadas por niños traviesos y tirantes que cuajaban el gran lienzo, colocaron un cierre para que no se desbordara tanto paño y almidonaron la superficie para marcar las arrugas simulando las que antes existían. Pusieron botones donde antes solía haber jardines de flores y colgaron las cuerdas del nuevo patio trasero del mundo…

Cuando desperté –siempre hay que hacerlo-, el planeta también lo hizo, y todos iban vestidos como el día lunes es debido y yo andaba empapado buscando un sitio donde extender tanto mojado.

Alguien debería inventarle un tendedero a este mundo.

Postal de 1904, Tendederos en New York City

martes, 22 de diciembre de 2009

Pececillos de Plata, Avioncitos de Papel

Caballitos de felpa con las costuras visibles en los bordes, para afilar las uñas en sus lomos cabalgantes. Un parque en París donde una loca les da arroz a las palomas. Un barco pesquero cargado de atún…

Anoche soñé que unos pececillos de plata se comían las mejores frases de los libros, pero no eran pececillos de esos que nadan en los lagos o en el mar, no, eran Lepismas saccharina, unos insectos escamosos y brillantes que han sobrevivido más de cuatrocientos millones de años merendando letras, pegamento y almidón.

Contaba pues mi sueño: los insectos nadaban en su océano erudito, recitaban las mejores citas que habré escuchado, las arrancaban de la hoja y se las engullían y de repente ya nunca más se repetían en la historia. Cuando ya no les quedó nada de su banquete de todos los libros del mundo, se acercaron arrastrando sus acorazados y lustrosos cuerpos hacia mi mesa de noche donde reposaba, ¡con espectacular portada!, el último ejemplar de toda la historia de La Condesa Sangrienta de Pizarnik.

Imaginarán ustedes el terror del sueño y el cuadro de aquellos monstruos minúsculos, con sus nano-colmillos ensangrentados y sedientos por las últimas palabras bien impresas que quedaran en el mundo onírico.

Bien fue que desperté y allí estaba mi gato, maullando por su bocado matutino y salvándome de las garras de aquellos alucinados comepapeles.

De niño siempre quise un gato, mi abuela tenía uno que nunca tuvo nombre, porque según ella un gato se llamaba como quería y nada más, jamás atendería a un mote impuesto.

La odisea de traer un felino a casa fue toda una epopeya, fue de sorpresa y asegurándome un hotel por si no me aceptaban con él en casa. Cuando lo vieron admitieron su estadía con fingido recelo. Al momento ya todos estaban en carrera por el nombre: Ángel, Miau, Champiñón, Salmón, Panzerotti… lo llamaron de todas las formas como libros se comieron los pececillos plateados, sin embargo él aún no responde, ni lo hará. La abuela tenía razón.

Quesito lo llamo, a disgusto de muchos el nombre, pero es cómodo a la hora de sacar canciones mientras preparo el desayuno.

Quesito… a Quesito le gustan las polillas que se comen la ropa, le hace compañía al monstruo en mi armario cuando no estoy, y escucha Janis Joplin. Los aviones de papel lo divierten más que los ratones de peluche y esos artilugios que se inventan más para los dueños que para los gatos.

-Queso Amargo –así también lo llamo-, esto es un avión, un avión de papel; y ese de allá arriba es uno pero de metal. Este que tengo en mi mano lo podría fabricar un niño de cuatro años y pintarle personitas; ese en el cielo no es origami y es tan complicado como la gente que los hace. Además de personitas de verdad que viajan en el maletero como polizones, en algunos casos también carga polizontes que vendrán a defender la democracia- y a falta de gesto para burlarse de mi, Quesito voltea la cabeza, mira el pájaro de alambre y gruñe.

Y por eso es que le gustan los aviones de papel al felino lácteo, y no los de metal. Y los peces: el atún, el salmón y los pececillos de plata que no son peces ni viven en el agua ni vienen enlatados.

…Una finca lechera donde las vacas lo llaman para que las ordeñe. Un móvil de aviones, grullas y barquitos de papel. Las últimas gotas de vodka olvidadas en los vasos después de una fiesta. Una Nepeta cataria germinando súbitamente por entre los rincones de la casa…

Creo que con eso sueña mi gato, y con peces también yo.

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Cuento Cósmico para Gatos Lunáticos:

martes, 15 de diciembre de 2009

Dedontanes

“-¿Entonces, de quién es esta boca?
-Pues suya mijo.
-Y para qué me la dieron, pues para hablar.
-¡Pa’ comer!
-Mamá, por eso mismo, para comer y no tragar entero.

Comenzaron por los labios y, como es bien sabido, no hay Mujer ni Muerto que se deje pronunciar faltando estos, que al ser cercenados desaparecieron el Blanco bajo el rojo que brotaba de la boca ya incompleta. La Palabra misma junto a la de Pueblo también quedó mutilada, ya el silencio y el olvido se tomaban la vereda.

Luego arrancaron de tajo la lengua y la oquedad inundada hacía ecos. La Letra se borró, la Libertad naufragó y junto a ella la Resistencia; la Derrota se escapó comisura abajo. Un sonido gutural se ayudaba de la sangre, ¡GR, GR!, GRuñidos, GRitos, GRitos liquidados, licuados, agolpados garganta abajo.

Letra a letra, cada diente fue profanado de su fosa, palabras huérfanas sin quien las pronunciara, vocablos indecibles para la maquina hueca. Exiliado el lenguaje de aquella boca.

Pero cuando rasgaron la camisa del ya acallado personaje los gritos emergían entre llagas, las palabras habitaban cada parte. Libertad, Mujer, Venganza, Verdad, Me Duele Amor…; caminaban sobre los huesos y se escondían entre las vísceras burlando la voluntad de su perseguidor”.

°oOo°

Dudo enormemente de mi rigor periodístico, no me da pena decirlo, y no por eso dejo de ser creíble. Lo que sucede es que tengo serios problemas, no con el oficio de hacer periodismo, sino con lo que la academia intenta contener. Pero esto es un dilema personal que me llevará toda una vida resolver.

El caso concreto de esta entrada es la siguiente:

Debía realizarse un trabajo para una asignatura llamada Periodismo Judicial, el trabajo final consistía en un caso correspondiente a la Ley de Justicia y Paz (Ley 975 de 2005). Lo que comenzó como un simple trabajo académico, terminó perturbando gravemente mi manera de comprender la lógica de este país (que no es la misma del café).

Conocer una historia de segunda mano es una cosa, leerlo en los periódicos, escuchar a alguien ajeno relatarla, que las noticias del medio día se tomen sus segundos para contarla (si lo hacen, y si lo hacen bien)…; pero tener en frente al protagonista de esta, es algo muy diferente.

Jamás una entrevista se me había convertido en una carga, más allá de pensar en que debía convertirla en pequeñas citas para acomodarlas a algún artículo. Pero haber tenido enfrente a varias mujeres víctimas del conflicto armado, cada una de ellas relatando su pedazo de país, con el dolor que no les cabe en esas carnes ya pesadas, me produjo otro dilema personal.

Resulta que en una de tantas mi compañero de trabajo y yo debíamos entrevistar a una de estas mujeres junto a un reportero de El Colombiano. Y no es que quiera criticar la manera en que cada quien desarrolla su trabajo, pero la actitud de el entrevistador me dejó desahuciado.

-Doña Rosalba ¿Qué se siente que a uno le desaparezcan una hija?

Esa fue una de las preguntas que el periodista le hizo a la mujer, sin siquiera mirarla a los ojos y entretenido en su libreta de apuntes intentando recordar el apellido de Rosalba para anotarlo, justo al lado de ‘lo que se siente que a uno le desaparezcan una hija’.

Fue en ese preciso instante que me pregunté si algún día yo también tendría aquel callo grueso que tuvo ese hombre para hacer semejante pregunta (¡sin respuesta!), y además para no mirar siquiera a los ojos a su interlocutora, como interesado tan solo en su nota periodística y en obtener un poco de sufrimiento para que su escrito quede más llamativo, con un titular de esos que venden.

Bueno, pero aparte de todo esto, debo ser honesto y decir que definitivamente me será imposible seguir en esta carrera sin que las pasiones se salgan de su jaula, sin que la subjetividad se me riegue por la boca.

El haber conocido a estas mujeres, sin miedo a contar lo que en este país no se quiere contar, me ha llevado a tener un tanto de orgullo por la gente que habita aquí. Mujeres que tuvieron que abandonar su labor de cuidar gallinas, recoger huevos, arrancar hiervas; para venirse a la ciudad a luchar con un monstruo más grande que la maleza: la impunidad (o la justicia colombiana). Mujeres que dejaron sus cucharones y el calambombo en la sopa hervida, para sacar lupa, lápiz y libreta y aprender a caminar por los edificios de la Alpujarra, de la Personería, para sentir siquiera que algo hacen por sus familiares desaparecidos.

“A mí no me da miedo hablar, para eso tengo la funeraria al día”, nos dijo una de tantas, y vi en aquella frase un pedido a los que ejercen este oficio: no saberse héroes (el mundo no cambiará, estoy seguro), pero tampoco por eso resignarse a vivir conforme al entorno.

Palabras del señor Eduardo Galeano citando a Fernando Birri: “Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”. ¡Para eso, y nada más!

Sin ser más, poco a poco aparecerán en este blog algunas historias de aquellas mujeres. Mientras tanto, los invito a la página en que está el trabajo final:


Dedontanes, si al derecho no comprende, al revés verá que entiende:

Y su visión ¿20/20?

jueves, 10 de diciembre de 2009

Epístola de los miedos

A Esteban, por su-puesto...
“Recibe este rostro mío, mudo, mendigo.
Recibe este amor que te pido.
Recibe lo que hay en mí que eres tú.”
Alejandra Pizarnik

Lo que me inspira el papel, el puro hostigamiento de su olor, es el miedo a dejarlo impoluto, virgen. Tengo miedo, y como Alejandra, me oculto en el lenguaje para poder aquietarme, para encontrar el silencio que con la palabra llega.

De pronto frente al papel el miedo se escurre, o al menos se arropa debajo de los bordes filosos de alguna palabra oportuna.

Lo que me inspira tu tacto, el mismo acoso, el mismo miedo de no atreverme a temblarla.

“En la noche a tu lado
las palabras son claves, son llaves.
El deseo de morir es rey.

Que tu cuerpo sea siempre
un amado espacio de revelaciones.”


Así que no huyas, muchacho, no corras, no te le escapes a mi lenguaje, ya te lo dije: tu lógica es la de la palabra misma, y la mía la de quien se atreve a redundarte en un intento de invocarte.

Tantas veces la jaula se hace pájaro y no sé qué hacer con el miedo que se vuela, el miedo de intentar re-encarnarte en esta carne de palabras tan desprovista de tacto, cómo dibujarte “con estos dibujos malos”. Tantas veces el miedo, la "niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia". Tantas veces el del grito en ascenso de un niño que ha desasido su globo.

“¡oh quédate un poco más entre nosotros!”

Esta verdad mal dibujada con la mentira de la palabra, hoy, tómala, tuya en tu aniversario.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Mercedes

Mercedes, su nombre es Mercedes y es actriz, pero no actriz porque sí, sino de teatro. Mercedes tiene un gato llamado Delilah, y sí, le puso así por Freddie Mercury. Mercedes ya alcanzó los cuarenta, no tiene hijos ni esposo, dejó a su último novio porque sólo le regalaba rosas y olvidaba fácilmente el nombre de su gato: Delilah, Delilah, oh my, oh my, oh my.

Mercedes mueve los labios como si hablara en silencio, lo hace mirando su reflejo en la ventana del metro y lo que dice lo sé, es el guión de su siguiente obra, su primer monólogo.

Mercedes piensa que es demasiado alta para su nacionalidad, tiene porte de señora inglesa, pero a diferencia de esta no toma el té ni cruza las piernas mientras orina.

Mercedes tiene el cabello negro y la piel muy clara, unas cuantas arrugas en la frente revelan que todo le sorprende.

Mercedes va al cine tres veces al mes, no come popcorn porque le deshace el nudo en la garganta cuando le da por llorar en las escenas dramáticas. Nunca ve una película completa, abandona la sala antes del final para dedicar el resto de día en desenredar la trama a su antojo; así se deshace de los debate políticos y religiosos.

Mercedes, imagino tu llegada a casa: abres la puerta y al primer paso tu chaqueta vuela, tus tacones por los rincones, tu pantalón sobre la tele, tu ropa interior servida en el comedor y finalmente caes con todo tu día, escurrida y desnuda sobre el sofá de cuadros, con una botella de vodka entre las piernas. Luego riegas la matera donde hace un tiempo sembraste una semilla y aún esperas que florezca. Lavas los platos con la radio encendida hostigando a los vecinos. Tomas un baño con la puerta abierta y los ojos cerrados, imaginando que algún muchacho se inmiscuye en tu apartamento y te observa. En la mañana, frente al ascensor, le guiñas el ojo al del cuatrocientos dos para que piense en ti mientras se coge a su novia.

Mercedes abandona el vagón en la misma estación en que yo lo hago y se mezcla entre la gente pero aún sobre sale. Ya en la calle la veo alzar su mano, tomar un taxi que la llevará a su verdadero destino de posibles hijos, esposo y perro, de ingeniera administrativa o secretaria ocho a seis, de guardería, entrega de notas y visitas al psicólogo, de piernas cerradas en su sofá a rayas, de ‘no andes desnuda por toda la casa’, de visitas y señoras muy formales que llegan puntuales a tomar el té.

Mercedes, y junto a mí su nombre y la vida que le he inventado.