"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


viernes, 18 de junio de 2010

Fuegos Fatuos

“Ese hombre, o mujer, está embarazado de mucha gente. La gente se le sale por los poros. Así lo muestran, en figuras de barro, los indios de Nuevo México: el narrador, el que cuenta la memoria colectiva, está todo brotado de personitas”

La pasión de decir II - Eduardo Galeano - El Libro de los Abrazos

El siguiente texto es el resultado del trabajo realizado en la asignación Investigación II del pregrado de periodismo de la Universidad de Antioquia. Constituye sólo una pieza del patrimonio cultural del corregimiento San Sebastián de Palmitas.

Agradecemos a los habitantes de aquella comunidad por abrirnos sus puertas y contarnos sus historias. Con el ánimo de no dislocar ni contaminar estas tradiciones y las maneras propias de las personas que las cuentan, las narraciones se presentarán tal y como fueron relatadas. Apenas con los arreglos que supone la presentación de cualquier texto.


Fuegos Fatuos

Por Estefanía Henao Arboleda y Julio C. Londoño A.

A ver, cuál es todo el alboroto que están haciendo, pues, estos pandilleros. ¡Palomo, vení! Y esta Juana sí es igualada. Tan chirringuita y tan igualada.

Los primeros que nos dieron la bienvenida cuando llegamos a San Sebastían de Palmitas, fueron los perros de Análida. El ‘doña’ nos lo regaló desde el primer momento, ‘se lo pueden quedar’, dijo. Los cinco pandilleros salieron a recibirnos cuando apenas subíamos la loma que comunica la Aldea -donde antiguamente se ubicaba el pueblo original-, con la parte central del corregimiento. Ahí, en esa loma, a diez minutos de la carretera que conecta a Medellín con Urabá, vive Análida con sus consentidos.

La Juana, Palomo y sus amigos. El único que pertenece a Análida es Palomo, pero ella cuida al resto del combo como si fueran sus hijos. Porque eso sí, casada no es, qué tal, con sus pandilleros tiene para no complicarse la vida.

Llegamos buscando lo que tantos evitaban y temían en los caminos. Con la tesis de que en Antioquia todo sendero tiene su leyenda, cada trecho su espanto y cada río su guardado. Palmitas no tendría por qué ser la excepción, empezando por la historia que el tío de Análida, don Guillermo Ortíz, cuenta sobre el mártir que le da nombre al corregimiento.

El santo, el patrón de acá, es San Sebastián. Porque una señora, cuando empezaron a haber los primeros habitantes, unas cuatro casitas que había por ahí, dizque salió a coger una leña y lo encontró recostado a un palo de mango. Estaba recostadito, no había casi gente por ahí y de dónde iba a aparecer esa imagen. Después ya hizo ella comentarios de que lo había encontrado.

El corregimiento está ubicado cerca de la antigua carretera al mar. Pero antes de 1930, Palmitas estaba situado por donde actualmente pasa la carretera que conecta con el túnel de occidente Fernando Gómez Martínez. En palabras de don Jesús María Correa, campesino trapichero, habitante de la Aldea, “a Palmitas lo subieron, me contaba mi padre, cuando pasó la carretera que va pa’ Turbo. De aquí pasaron todas las cositas pa’ Palmitas y allá hicieron el pueblo”. Por eso existen dos capillas, una ubicada en la Aldea (antigua zona), y otra en la cabecera urbana donde actualmente funciona también la casa de gobierno.

Don Guillermo resume la disputa por el santo, y por la centralidad del corregimiento, que históricamente ha existido entre ambas zonas:

Creo que no había capilla, por eso hicieron esa capillita allá –en la Aldea-, por el encuentro del santo. Ya trajeron uno en tamaño más grande y allá lo dejaron. Esa es la historia. Se llamaba Narcisita la señora que se lo encontró, si no me falla la memoria. Y dizque no se dejaba cargar sino hasta por aquí. El santo se lo iban a llevar para la iglesia de Palmitas. Y dicen pues que lo subieron hasta por aquí. Pero se pone muy pesado y no pasa. No se deja sacar de allá. No se deja llevar para el pueblo. Esa es la historia, más o menos, de San Sebastián.

Guacas y Entierros

A mi papito Manuel J. le salía la mano peluda –cuenta Análida, con la piel tan erizada y los ojos tan abiertos, que parece estar viendo lo que dice-. Pero no se asustaba… ¡ah, no! Él si se dormía. A penas le salía se caía. Pero como venía borracho se le ajustaba con la borrachera. Mi papito bebía día y noche, entonces se caía. La borrachera y enseguida la mano peluda, imposible que quedara uno de pié, ¿cierto? Eso salía por estos cañones. Una mano, peluda, peluda. Increíble que en ese tiempo se vieran esas cosas. Increíble.

¿Y por qué ya no salen esas cosas?, es que es lo que yo quisiera saber, por qué no salen esas cosas. Mire que lo único que sale ahora, o medio sale, son las lucecitas de Semana Santa cuando hay los entierros. El tío mío, el que vive allí enseguida –don Guillermo-, es matado de irse pa’ una montaña acompañado a esperar que sea media noche a ver dónde sale una lucecita de entierro. Y eso que ya no salen tanto. Eso es a lo que la gente le pierde tiempo, a las lucecitas de Semana Santa, a los entierros de los indios.

Guacas y entierros –explica don Guillermo-. Los que llaman entierros son los de los civilizados –campesinos-, y las guacas son de los indígenas, esas son las que alumbran. El entierro del civilizado no alumbra, de pronto hace ruidos o se dejan ver las personas, la figura, pero esa no ilumina.

Ahora en la cuaresma que estuvo haciendo tanto verano –cuenta Alirio Álvarez, campesino y guaquero-, un familiar llamado Carlos Álvarez, vio por allí, en el sector del Boquerón, una manifestación metafísica de la misma tierra. Y vio una luz entre amarilla y naranjada. Desfogues de energía. Mi hermano Alberto también vio una manifestación por aquí, en el lado de la Frisola. Él vio algo muy curioso, una luz que bajaba como de la casa de este señor Libardo Muñoz, por un refilo, y así en travesía desde un árbol de doncel se metió al yerbal donde estaba un matojo de este pasto gigante llamado kingras -king grass-, que por cuentas, por peligroso el punto ni lo cortaban. Lo que sí notó él, después de que esa luz se atravesó y se metió allá en ese matojo de kingras, vio dos veces levantarse una llamarada, entonces él ahí mismo exclamó: ¡cómo aquel hijo de tantas prendió esos cañaduzales! ¡Cómo se le pudo haber ocurrido! La cosa se quedó así, la lucecita se quedó allá estática, más o menos desde las ocho y media de la noche hasta las dos de la mañana. Esperando a ver quién se interesaba.

Una vez fui yo con el detector de metales, el acceso a ese punto estaba como maluquito, sin embargo me acerqué bastante pero no logré detectar nada. Bueno, como a mí me dijeron que se había dado un derrumbe, empecé a sospechar que si algo había guardado, de pronto en el derrumbe se había ido al caño. Pero el acceso al caño estaba muy oscuro porque estaba tapado con harto rastrojo y no sabía uno ni donde se paraba. Yo lo que sí note es que en el caño también había mucha chatarra, y él vio precisamente eso en tiempo de mucho verano.

Bueno, dejamos la cosa así, él no mostró muchas ganas cuando yo le dije bueno, si alguna cosa hay que participar al dueño de este aparato. Y dijo no, se me tiraron en el paseo, ya somos tres y eso después de que pasa de dos deja de ser un secreto, ya se pone hasta peligroso. Y bueno, yo le comprendí, dejemos la cosa así. Al tiempo hubo como una creciente, una avalancha del cañón, porque desafortunadamente saturan mucho los caños, por una incultura, digámoslo así, ecológica, les tiran mucha carga entonces hay avalanchas. Con esa avalancha quedó al descubierto la peña donde se había ido el derrumbe, entonces nos quedaba más accesible, uno sabía donde se podía parar y donde no. Y entré precisamente hasta el charco, derecho, adonde se había ido el deslizamiento de tierra. Y ahí estaba un machetico contra la pared del charco.

Conclusión: alguien que cortaba con ese machete crudito, falleció y se quedó pendejiando porque lo que dejó fue el machete. ¡Los apegos! A uno desde el otro lado lo hace volver una vela que guarde, una aguja.

De acuerdo a mi experiencia, y a todas las versiones que he escuchado, he concluido una cosa, y he conversado con otros guaqueros que tienen también su propia versión: todos los metales presentes en el suelo producen gases con el contacto de la tierra, esos gases se acumulan y en épocas de verano hay escapes de esa energía acumulada. Esos gases al salir, esa energía, al hacer contacto con la atmósfera arden, se vuelven llama. Y esas son las manifestaciones. Una llama azul, en algunas ocasiones amarilla, dependiendo de los metales presentes en el suelo. También se ha concluido que el hierro, la plata y otros, dan luces azules. Lo que es el oro trata de dar una luz entre amarilla y naranjada

Ese Alirio sí lee. Lee tanto. Ay no, pero es que Alirio lee mucho –opina Análida-. Es una cosa exagerada pa’ leer, Alirio. No, no, no, no. Y toda la vida. Y habla mucho con la gente vieja. Es que con la gente vieja es que uno aprende, ¿o no? Con la gente vieja es que uno aprende las cosas, ¿sí o no? Y anécdotas y todas esas cosas. Claro que en la juventud se aprenden muchas cosas muy diferentes. Pero pa’ la manera de vivir de uno y la manera de ser de uno, a la gente vieja uno le aprende muchas cosas. Y Alirio, ay no, es que Alirio si sabe de remedios de cosas, de… de… ay, no, es una cosa exagerada, exagerada. Y esas personas antiguas, de muchos años saben muchas cosas. Y demás que vieron tantas cosas…

Espantos

Hace tres meses salió un muchacho que trabajaba allí, vea, en el estadero –Carlos Correa, el presidente de la acción comunal de Palmitas, señala hacia el estadero la Aldea-, a las diez de la noche. Y se mató. El hijo de Oscar Bastidas. Y por ahí a los dos o tres días esa gente estaba trabajando en el turno de la noche, y no, no lo aguantaban ahí. Que qué pasaba. Ahí lo sentían reblujando y esculcando todos esos cajones. Y esa gente dijo, no, no así no podemos trabajar con ese ruido. Tuvieron que mandarle a decir una misa o yo no sé qué fue la cosa. Fue impresionante, una muerte trágica.

Cuando es repentina, accidental –agrega Alirio-, como la persona es menos consciente de que ha fallecido, puede molestar mucho más que esa persona que se agrava en una cama, que tiene todo el tiempo de despegarse de lo material, incluso hasta de sus mismos familiares y de todas las posesiones. Se dice que después de morir accidentalmente, uno puede vagar en el espacio y hacer las mismas cosas que hacía en vida. Se mete en esa rutina que llevaba anteriormente. Por eso no es difícil verlo, o escuchar que hace ruidos.

Dicen que del otro lado nadie ha vuelto a contar. Yo he leído mucho con respecto al tema. Oiga, como le parece que alguna vez me dejé yo echar el cuento y dejé a mi papá sólo amaneciendo en la casa. Ya mi mamá había fallecido. Resulta que él tenía el televisor aquí al frente y la cama aquí atravesada. Él para poder quedar de frente se acostaba atravesado, cruzado en la cama. Resulta que después de seis meses de haber fallecido mi mamá, me provocó a mi quedarme por allá donde unos amigos, no estaba cansado, y bueno, me relajé y me quede. Esa noche a mi papá, estando atravesado en la cama lo tomaron de los pies y lo pusieron a dormir derecho en la cama, después de las doce de la noche.

Le pregunté yo, bueno papá como sintió usted esas manos que lo tomaron. Mi mamá fue cremada y dicen que las personas que son cremadas logran un nivel de espiritualidad mucho más alto que el que va a descomponerse allá muy lentamente, porque el alma se libera más rápido. Por ahí hay un autor de psicología revolucionaria que dice: ‘por caridad incineren a los muertos’. Mi papá dijo, bueno, con todo convengo yo, menos que me llamen la atención del otro lado de esa manera.

Hace más o menos un año larguito –esta vez el que habla es Mario Álvarez, familiar de Alirio- yo que he andado tanto, que tengo amistades en toda parte. Pues allá en Ebéjico yo tengo unos amigos. Me fui pa’ la gallera porque yo he sido fanático a las riñas de gallos, yo tengo mis gallos y a cualquier pueblo cuando tengo con qué me voy. Que si hay ferias, que hay desafíos; me voy a peliar mis gallos y hablar con la gente.

Entonces me fui amanecer allá, cuando yo noté que el novio de una de las muchachas de allá, uno que no faltaba a la gallera y que era el que me patrocinaba con la plata en bastante y todo, porque él sabía que yo llevaba buenos animales; no estaba. Yo ese día lo extrañé, pero me entretuve por ahí con las demás amistades que hacía buen tiempo que no veía.

Cuando ya me atreví, avanzada la noche, pregunté: ¿dónde está David? ¡Cómo así que David! No mijo, eso es cuento ya en la historia. Y yo, ¿cómo así que pasó? No, el muchacho aquí abajo tuvo un accidente y se mató. ¡Cómo así! Entonces con razón Claudia –la novia- no bajo a la gallera, ¿o qué? Claro, y que va a salir si ella lo ve allá sentado siempre en la barra, tomándose su mediecita y apostando a los gallos y nadie más lo ve. Esa pelada está loca. Una vez bajó y había eventos ahí en las galleras. Cuando ella llegó, ahí mismo, en la esquina de la barra lo vio sentado, con su media de ron repartiéndole dizque a los amigos. Y esa pelada prácticamente cayó redondita. Porque los demás compañeros no veían a nadie. Ahí lo que estaba era otro señor robusto, el hombre no estaba ahí. Y prácticamente a ella le tocó irse un tiempo para Medellín porque en la casa no la dejaba, pues como una psicosis y como algo. Son cosas como asombrosas, increíbles.

Se dice que el alma y el espíritu de una persona –dice Alirio-, después de que abandona este vehículo llamado cuerpo físico, puede vagar en el espacio muchos días, tal vez años, hasta reintegrarse a una nueva existencia. Se dice que hay muchas almas y muchos espíritus que pueden reintegrarse a un nuevo cuerpo, a una nueva existencia en corto tiempo. Otros que tardan más, y eso dependiendo mucho del grado de evolución espiritual que tenga ese ser, porque la chispa divina no se pierde, ella permanece en nosotros por la eternidad. En estos asuntos, hay personas más sensibles que otras. Hay personas que están más en contacto con el otro mundo y otras que de pronto no tenemos esa sensibilidad.

La Barbacoa

Ay, sí. Ay, no –es lo primero que alcanza a decir Análida cuando le contamos de nuestra conversación con don Jesús Correa-. Ese viejo hermoso, divino. Que tiene mucho años, muchos, muchos. Entonces estuvieron en el trapiche de Aicardo. Ah, esa molienda de ahí es tan diferente, tan organizada. Y don Jesús, ese viejo divino. ¿Ustedes se imaginan ese señor como sería joven? Esos ojos azules y él blanco, blanco, blanco, ¿cierto? ¿Entonces hablaron con el viejito?

Nosotros éramos los perversos más grandes que habíamos en esta Aldea –comienza a contar don Jesús-. Vea, yo tenía una novia por allá arriba, muy bonita sí, y yo muy pollo también, porque a mí me gustaron las mujeres desde que tenía doce años; o sea avispadito.

Yo me vine y mi hermano se quedó allá conversando con la novia que tenía, otra muchacha. Y resulta que me quedé en la esquina esperándolo a que bajara, pa’ yo pasarme de aquí de la esquina de la Aldea, al otro lado que era la casa mía, una ramada que hay allá, que ahora es de los Álvarez. Esa era la vivienda mía, la casa de mi padre, él tenía esa finca.

Entonces salió un muchacho de ahí de una tienda que había y me dijo: Chucho que estás haciendo ahí, caminá vamos pa’ la casa, no te vas sólo ya tan tarde. Eran por ahí las once y media de la noche. Cuando yo fui saliendo le dije, no, yo voy, está muy cerquita. Cogí la quebrada pa’ bajo ligerito, ligerito, a lo oscuro, sí, pero yo tenía muy buena quimba pa’ andar. En ese tiempo no se usaban zapatos, sino a pie pelado.

¡Ay, negro querido! Cuando iba llegando a la portada de mí casa, resulta pues de que oigo un traquido por detrás que me quería levantar. Y arranco yo esa migajita que me faltaba pa’ dentrar a la casa. Cuando me enredé en una cepa de un naranjo-mandarino que había ahí, y esta uñita se me arrancó. Yo tenía mucho miedo. Cuando mi mamá me abrió la puerta y me dijo, ¿qué te pasó que vos venís echando sangre? Y le dije, no sabe lo que me pasó, mamá, que un animal me iba a agarrar aquí entrando a la casa. No había sentido yo que me había arrancado esa uña, vea. Me trompesé en una cepa allí, vea, me arranqué la uña.

Cuando al otro día me dice el muchacho –el de la tienda-, oís hombre, yo ya cuando llegué a la casa, iba la Barbacoa detrás de vos. Y le dije, ¿era la Barbacoa? ¡Eso chirriaba muy feo! Y dije a bueno, esa era la Barbacoa.

Yo siempre con mis andanzas y mis cosas me fui por allá pa’ la falda de la Sucia –una vereda de Palmitas- una noche y me quedé por allá. Cuando yo bajaba, como a la mitad del camino, en una finca que era del difunto Juanito Correa, me metieron desde ese alto arriba un grito muy verriondo. Y yo, muchacho usted sabe que yo estaba muy joven, se lo conteste, también le pegué su grito. Y seguí por esas vueltas del camino, abajo, lijerito. Cuando ya yo iba a despuntar las curvas de guayacanes que llamábamos, sentí que de donde yo había contestado el grito volvieron y me gritaron. Y yo dije: ve, esto no está bueno, yo abrirme a correr.

Cuando yo me fui a abrir a correr, que llegué así y vueltié así, di una curva así, ya sentía ese animal encima. Y entonces yo no encontré el camino, sino que como esa bajada era como esta falda –señala una pendiente que hay frente a nosotros-, había un cañozal. Y me tiró a ese cañozal, y dele vueltas canelas. Hasta que quedé por allá ensartado en una mata de caña, así, atisbando.

Cuando una mesita como así de larga, y así de ancha, se me arrimó y yo vi como unos palomos, con la cabeza colorada. Y yo pelándoles el ojo, pero engrampado en esa mata de caña, así, atisbando p’arriba. Y entonces ellos me voltiaban a ver, ahí los cuatro, pero alticos del suelo, como así –señala una distancia de un metro de alto, aproximadamente-. Pero no me hicieron nada. No me infriaron, ni me hicieron nada, sino que cuando menos pensé, fueron cogiendo suavecito, se salieron al camino y se perdieron.

¡Y ahora verá! La ida mía. Se fueron fue p’abajo, me van a esperar en el camino. Y yo ir donde Toño Correa a pedir dormida, ah, ya está muy tarde. Oiga pues hermano, cuando yo salgo a esas vueltas del camino que hay p’abajar al puente de la Sucia, cuando la vi que subía por el camino viejo de herradura, que subía a Palmitas. Las cuatro velitas, dele p’arriba y dele p’arriba. Y ahí si ya yo extravié camino de la Sucia, y ya me vine por un camino más acá, a subirme al camino que era la travesía donde están los estaderos. Por ahí era el camino pa’ yo entrar a mi casa. Pero ya era como la una de la mañana. ¡Avemaría! casi que me mata ese animal.

La Barbacoa era, dicen por ahí –complementa Carlos Muñoz, amigo de don Jesús-, ladrones que robaban y andaban como con una carreta o yo no sé qué. Con un andamio, cuatro velas, cuatro gallinazos. Y por donde andaba, eso dizque hacía ruidos como ruuu guan guan guan guan guan. Porque una vez contó mi amá, que por ahí por ese desecho que baja por un lado de la casa, en vez de seguir ese desecho derecho, dizque se metió por un desechito del cafetal de nosotros. Y pasó por donde es el patio de la casa. Y un perro que había durmiendo en una carreta no se mosquió. Vino a salir a latir –ladrar-, cuando ya subía por aquí por donde Camilo. Y en vez de seguir derecho por el camino, cogió un desecho pa’ subir aquí donde vivía Odulia. Y subió Tito, el de mi tío Apolinares, que oyó el ruido y pensó que era que venían a robarse alguna mula. Y entonces se levantó hasta con una escopeta y apenas vio ese aparato, entonces se devolvió y se encerró. Y disque llegó hasta la pesebrera y cogió manga arriba.

La Barbacoa –concluye don Jesús-, decían que eran los demonios que robaban muchas cosas por ahí. Pero a eso le echaron una maldición los sacerdotes, de que no podía andar más por las calles ni por los caminos. La condujeron dizque a andar por estos cañones, yo no sé. Dijeron que por ahí se había ido. Al camino nunca volvió espanto alguno…

La Barbacoa yo no entendía –dijo Análida cuando le echamos el cuento del espanto aquel-. No me contaban en realidad que era la tal Barbacoa, oís. ¿Sabés que pensaba yo? Que era un animal como deforme, como peludo, como raro pensaba yo. Como una cosa así. Barbacoa, piensa uno que es un animal con pelos y mirá lo que es.

Y de eso no se volvió ver nada, es lo que yo no entiendo por qué. Será que los vivos los hicimos espantar –se ríe mientras acaricia a su Palomo pandillero-, los vivos los hicimos espantar y se fueron todos. ¡Qué miedo los vivos!

4 comentarios:

  1. Jajaja qué personaje Análida, muy bueno ese final. Y Alirio es también muy genial, lo del psicologo revolucionario ... Como es de bueno hablar con esa gente, se aprenden muchas cosas de la cultura popular, está muy genial tu trabajo, tvb

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  2. HOla, aunque pocas veces me animo a contar me encantan estas historias llenas de magia y cotidianidad, parecen extraidas del realismo magico del que nunca termina uno de extasiarse. Un gran abrazo

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  3. EXCELENTE MUY BUENO, Y MUY BUEN BLOG....

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  4. Qué miedo los vivos!... su profesor debe tener una colección de historias envidiables!

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