"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


Mostrando entradas con la etiqueta Belleza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Belleza. Mostrar todas las entradas

domingo, 7 de marzo de 2010

En una esquina de la noche

A Quesito (04-08-09 ... 07-03-10)

Aguarda en una esquina de la noche,
la más oscura.

Una luna peluda vuelta sombra.

Oscura la noche, su esquina,
Oscura la sombra, su luna.

Allí su cacho, allí su cola.

Por eso llevo siempre
mi cascabel.

miércoles, 22 de abril de 2009

Piedra, Papel o Tijera

Esa mañana su madre miró la taza del chocolate extrañada y le preguntó quién era esa mujer blanca, del cabello negro y las piernas largas. Él extrañado, respondió que no sabía, sabiéndolo. Sacó entonces su madre, de la mesa de noche, la baraja española. Le pidió que la partiera en tres y así lo hizo. Tres golpes sobre la torre de cartas que dictaría su suerte.

-Piel blanca, como las perlas. Cabello negro y enmarañado como su propia vida. Problemas, mijo, una mujer de las malas. Mucho cuidado.

Otra mujer de las malas, que para él habían sido todas. Pero esta era diferente, esta sí que era mala porque era puta. La había visto la noche anterior en el bar, no sabía ni su nombre ni su mote, entonces se puso a inventarlo con cuanta cosa invocara en su mente esas nalgas prominentes. Terminó por bautizarla Proserpina, como el cuadro de Rossetti, porque así era ella, a diferencia que su fruto no la ataba a ningún hombre.

Él sabía cómo era eso de las mujeres, desde pequeño empezó a conocer el vasto universo femenino. La primera que llegó, la Piedra, se le enterró ahí donde más duele y le produjo unas reacciones químicas de lo más extrañas. Los bichos en el estomago, las manos sudorosas y frías, ese temblor que le recorría cuando veía entrar a la clase esa niñita de vestido de cuadros y trenzas a lado y lado. Él ni se atrevía a decirle nada, sólo se quedaba mirándola por dos horas seguidas y en el recreo se le acercaba y le decía, con una voz apenas perceptible: ‘Hola’. La respuesta de ella siempre era la misma, volteaba su cabeza con una fuerza que hacía volar sus dos potentes trenzas a una velocidad tal que azotaban el rostro del pobre, dejándole los cachetes colorados; y no exactamente por los besos que él esperaba.

Pero ahora la historia era otra, él lo sabía. A la noche se fue al bar a jugarse su suerte, que hasta ahora era mucha en el naipe. Frotar el amuleto colgado al cuello, mirada segura al resto de jugadores, la seña a su dama de compañía. El juego estaría ganado si no fuera porque desde ese día el azar decidió ponerlo a girar en una ruleta vacilante.

Él era el As de las cartas, o el Rey, o el Tres, no había ronda que perdiera o al menos empatara. Pero algo debía suceder allí, algo que jamás había sucedido. Recordó lo que dijo su madre esa mañana. Al instante la copa que se quiebra, el cigarrillo que se apaga y el mismo juego repetido durante tres rondas consecutivas. Piel blanca, como las perlas. Cabello negro y enmarañado…’. Era ella en su baraja, la tenía allí metida mientras algún otro alquilaba su cuerpo en un cuarto de motel.

-Señores, planto aquí, algo raro traman ustedes, la mano está comprada y no a mi favor…

Tiró los billetes que había perdido y salió de la cantina con el juego todavía alistado en sus dedos. Se fue a casa. Trato de escribir, porque él era escritor, pero la musa que él esperaba quedó anclada en sudores ajenos.

Su pasión por las letras vino con la segunda, con la de Papel. Una nenita de quince años, con su aura hormonal y sus curvitas apenas definiéndose. A ella le gustaban los dulces, los poemas y las películas con finales felices. Todo era perfecto y él aprendió el oficio de ser mal poeta. La tenía en un altar, ella era ideal. Era un romance parecido a esas novelas rosa que tanto le gustaban a ella, por eso era la de Papel. Un día, el día de su primera vez, ella le enseñó cuan densas eran las nubes. Él apenas se atrevía a tocarla, por su timidez y por la belleza de ella. Cuando al fin logró rozarla lo invadió un espasmo inocentemente apresurado. ‘Debo irme, gracias por el poema, está muy bonito’, dijo ella mientras se vestía, y se marchó. Él no entendía por qué al otro día en el colegio, todas las mujeres le miraban el pantalón, alzaban las cejas y susurraban. La nenita consiguió otro príncipe para su cuento y fueron felices para siempre, él en cambio quedó con la maldición que traen las letras.

Su madre siguió leyéndole el chocolate a escondidas, le ponía estampitas en los bolsillos del pantalón, lo rezaba en las noches… Él no volvió escribir, esa mujer lo había dejado sin letras, con el puño cerrado, la tinta seca y el papel virgen. Abandonó las apuestas, comenzó a ahorrar porque había escuchado que su Proserpina era una de las putas más caras de la ciudad. Cuando tuvo lo suficiente se fue al bar.

-Doña Inés, vengo por Proserpina.

-Josefina se fue de vacaciones, mijo.

-No, no, doña Inés, Proserpina, Pro-ser-pi-na.

-¿Cuál Proserpina?, que poco sabes de putas, esa costumbre de llamarnos como sirenas es cosa de los escritores.

-Qué pena con usted, doña Inés. Yo vengo es por esa mujer, la que suena como esa canción que dice: ‘En el negro azabache de tu blonda cabellera, en el rojo escarlata de tu boca divina’.

Después de tanto dialogo y descripciones, que la dueña de las niñas no captaba, él pobre hombre la consiguió.

Piedra, papel… tijera. Eso era Proserpina. Una mujer tijera, de piernas largas y filosas. Con un sexo verdugo, asesino.

¡Qué esplendida muerte! Él se defendía con su incipiente puñal, la hería. Ella decapitándolo, cercenándolo cadenciosamente, mutilándolo. La tinta que dejó de regar en el papel la inundó a ella de versos retenidos, de palabras gangrenadas. Todos esos malos poemas quedaron dentro de ella. Mientras abajo ella lo mataba y él se defendía, arriba los labios impartían las palabras que él quería escuchar.

Piedra, papel y tijera… Después de ella no hubo más. Lo dejó eunuco. Le cortó la pluma, lo dejó sin tinta. Si bien era cierto que nunca sería de él por más de tres horas, valdría la pena serle fiel. Mujer piedra, ‘Corazón Coraza’. Mujer papel, ‘Papel Mojado’. Mujer tijera, mujer que castra, que succiona poemas; absurdo le sería pretender placer después de los incisivos espasmos de la Proserpina.

________________________________________________

La Pintura que acompaña este escrito es Proserpina de Dante Gabriel Rossetti.

La canción es Azabache de Julio Jaramillo.

Al final, las palabras entre comillas son dos poemas del poeta Mario Benedetti.

jueves, 16 de abril de 2009

Intento de Semblanza

Estoy haciendo mis pinitos en este cuento de la Radio, aunque no sea mi medio de cabecera, en realidad no escucho radio. La cosa es que he descubierto que a pesar de las limitaciones temporales y recursivas que representa este medio, es posible lograr buenas cosas, o al menos intentarlo. Así no corro el riesgo de abandonar un poco el lenguaje con que manejo mis escritos.

Por eso, queridos lunáticos, hoy les traigo una muestra de lo que he hecho en la U.

Pretendía realizar una crónica, que luego se transformó en perfil, para tomar forma de semblanza. Aquí está un hijo deforme hecho con cariño.

Omaira Rodriguez es la protagonista. Actriz del Pequeño Teatro de Medellín y una mujer a la que admiro personalmente. Recomiendo para quienes gusten del teatro estar pendientes de obras como Emily Dickinson y Woyzeck.

Sin más palabras escritas y con mil disculpas por los errores del Movie Maker –que no manejo a la perfección-, aquí está:

Este audio hace parte del programa De La Urbe Radio, una realización de los estudiantes de periodismo de la U de A , que pueden escuchar en el 1410 AM (La Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia), los viernes y sabados a las 12:30 p.m.

martes, 7 de abril de 2009

La Historia del Primer Ferrocarril de los Cuentos de Hadas

Había una vez como muchas tantas, en un reino como suele ser ubicado todo cuento fantástico, un monarca con gran poder y riqueza, así como son los grandes monarcas. Resulta que este rey no sabía en qué derrochar su fortuna. Tenía un palacio de grandes torres, una cocina surtida de las delicias más excelsas del mundo y vajillas de oro, un comedor de dieciséis puestos, siete sirvientes. Una esposa inteligente, bella y sumisa. También tenía un hijo quien se preparaba arduamente para reemplazarlo, un hombre hermoso, un príncipe azul como es digno que haya en este tipo de historias.

Este príncipe era tan hermoso que su padre no permitía que los sirvientes lo vieran, a menos que tuviesen los ojos vendados. El rey usaba unos enormes lentes opacos, para que este príncipe no se reflejara en sus ojos y se perdiera en su belleza. Era algo así como el Narciso de la edad media.

Cuentan que cuando la madre dio a luz a esta hermosa criatura, divina en esencia, no soportó la sorpresa al verlo y cayó sumida en un sueño que duró una semana.

Bueno, se supone que este príncipe debía encontrar a su doncella, que correspondería con algo de belleza. Por eso el rey convoco a todos sus mensajeros, envió palomas, caravanas enteras salieron del poblado para invitar a todas las mujeres hermosas que existieran en reinos aledaños, a una reunión sin precedentes. Fueron tantas las mujeres que aceptaron ir al banquete que se ofrecía, todas delirantes por los mitos creados alrededor de la belleza del príncipe, que el monarca se vio obligado a construir un medio de transporte rápido y así todas llegarían a tiempo.

Mandó a construir entonces el primer tren en la historia de los cuentos fantásticos: Rieles de oro solido, tan brillante como el sol; con vapor olorizado para que las damitas no llegaran al carbón; comedores internos, habitaciones con bañeras y cuanto lujo se pudiera acomodar.

Los días pasaban, la construcción ya terminada, las mujeres emocionadas por conocer al príncipe, y el príncipe que no salía de su cuarto se sorprendió un día al ver desde su ventana el brillo de ese innovador invento.

Algo salió como no debía aquel día. Las mujeres blanquecinas del pavor que les produjo el estruendo del aparato al detenerse en la estación del castillo. La reina que grita desde las compuertas del palacio y el príncipe que ha estado mirándose a los rieles de oro, por horas, guillotinado por las filosas ruedas del invento de su avaro padre; por su propia belleza.

Es así como termina el primer cuento de hadas sin príncipe azul que asista a su boda, sin beso alguno que justifique la magia de lo narrado y como muere por segunda vez un Narciso gracias al primer ferrocarril de las historias fantásticas.

martes, 31 de marzo de 2009

Acto Suicida

No sé por qué nací. No sé por qué me dejaron caer en este mundo cuando les había advertido que no me apetecía. Se los demostré cuando me amarré el cordón umbilical al cuello, cuando mordí el vientre de mi madre, lo desgarré, lo escupí, resbalé antes de tiempo de su cuerpo.

Si desde antes de llegar ya les estaba trayendo problemas, si mi madre de milagro se recuperó de la infección que le dejé por dentro. Es que yo no quería nacer, yo no lo había pedido, ni solicitaron mi consentimiento.

Mi madre y sus pezones erguidos, lactantes, mis encías sin dientes se afilaban sobre ellos. Terminaban supurando una leche sangrienta, hasta que se cansaron de alimentar a una criatura que nunca tuvo hambre.

De niño evitaba el aire, lo llamaban asma, lo defino ahogo.

Luego el loquero, el sacerdote, el chaman. No entendían que este niño quería morir. La misión del suicida es vivir muriendo, eso lo comprendí tras la soga, la jeringa, las venas... Ya vendría el amor, ese acto suicida.

Llega ella con toda su belleza, y con ella mis ganas de no morir. Los desequilibrados también amamos. Mi nena psicópata. Ella con 7 y yo con 10.

Era tenerla un momento o vivir para contar su existencia. Matarme o que me mate.

Pude haber sobrevivido si no fuera por sus labiecitos carmesí, sus ojitos de pez globo, sus ojeras berenjena. Si no hubiera olido sus pies húmedos de niña, su sudor dulzón. Pero se quedó plasmada en mi cerebro su carita sacarosa, dulcificada con mocos chillones, sus pestañas de vaca, sus cachetes de fresa.

Entre la vida y un beso hay cuatro letras distintas que semejan un espejo. Alicia del otro lado te muestra el premio, en sus manos un libro con poemas reversados, sobre él tu corazón traspasado: ¡Jaque mate!, dice Alicia sin recatos.

El veneno en sus labios impartió la orden que yo ya no quería cumplir, si no fuera por sus ansias locas de verme todo blanco, todo quieto, todo… muerto.
________________________________________________
Despues de muchos días vuelvo al ruedo. No es el mejor escrito del mundo, pero era hora de desempolvar un poco este blog. Opinen por favor, si tienen algo que decir sobre este escrito sería muy bueno, tengo ganas de corregirlo, de agregarle.

domingo, 8 de febrero de 2009

Retrato de una obsesión:

… Acabé con todos y yo era el último…

Hoy es sábado y vos te moriste anoche. Pensaste que por ser viernes nadie iba a notar tu ausencia; pero yo sí. Razón principal: haberte seguido por los laberintos de esta absurda ciudad sin que advirtieras mi presencia. A veinte metros de ti estaba siempre yo. A sólo diez pasos estuve de salvarte la vida; pero no lo hice.

Ayer además de morirte me viste por segunda vez, por penúltima vez. Y digo penúltima porque te buscaré hoy también, tras escribir esto. Hoy me verás por última vez, por siempre, vas a ver. Terminaré de escribir, si la vida me lo permite, si el destino se queda quieto y el universo no mueve sus hilos para adelantar mi muerte ante mi propósito de concluir este texto.

Menos mal te mataste, ya no podía con tanto muerto que me cargué a tu salud. Cada amante que tenías, cada pretendiente que aparecía era un nombre más en mi lista, un saldo sumado a mi cuenta. A todos ellos los dejaste sin aliento, a lo que yo ayude un poco.

No soportaba que te vieran, que te desearan, que te ultrajaran con sus vistazos. Don Roberto el de la tienda tenía un cajón lleno de poemas para ti y la primera moneda que le diste, la misma que termino hundida en su garganta, obstruyéndole el aire como cuando tú le saludabas. Tu primer novio, Javier, no sabes cuánto te quería, aún guardaba la sábana manchada por tu virgen humedad, manchada después por la sangre destilada de su cuello. Francisco, el cura, a él también lo maté yo, lo encontré con su miembro erguido y la foto que te tomaron en tu primera comunión, lo hallaron ahorcado con sus calzoncillos y pensaron que había sido obra del demonio. Demonio mi deseo de vos, mi obsesión de protegerte de ellos que vulneraban tu belleza con sus miradas lascivas y lujuriosas.

Cuando llegue esta noche a donde debes estar, seguro tendré que saldar con todos mis difuntos, con todos mis fantasmas, con tus aspirantes. Allá, como acá, hay que realizar los trámites correspondientes. Pero no te preocupes, preciosa, sabré arreglarlo todo para nuestro encuentro, el tercero, el último, vas a ver. No dudo que remataré a los que murieron por ti, que deben estar haciendo fila a tu puerta.

Fue hace tres meses. Tres meses, dos días, diez horas, trece minutos y catorce… quince… dieciséis segundos, que te conocí. Estabas allí parada en la estación del metro, en la plataforma de enfrente. Nos separaban dos carriles que apuntaban a direcciones distintas.

Yo te vi y tú también me viste, por primera vez. Nos miramos por nueve segundos, los conté porque me pareció increíble que te fijaras en alguien como yo, tan común, tan corriente. Me miraste con toda tu belleza, con esos ojos que me vieron anoche también, tan claros, tan azules y tan tuyos. Justo en el segundo ocho el tren entró a la estación, para el noveno segundo ya tu imagen era borrosa por los vagones.

El miedo que sobrevino tras perder tu rostro fue insoportable. Tus facciones eran incoherentes en mi mente. Debía armar tu cara de nuevo. Corrí para alcanzar el tren, para ir en tu dirección y así incluirme en tu futuro. Llegué tarde, el tren despegó cuando pisé el último escalón del rellano.

Una noche de fría luna y clima pálido te encontré en un bar. Sabía que eras tú porque tus manos son inconfundibles. Alguien más estaba contigo y me vedaba tu rostro, pero eras tú. Moví un poco mi cuerpo para hallarte pero te volviste a atender a otro tras de ti. Te seguí cuando fuiste al baño, todo me ocultaba tu rostro. Digo que eras tú porque te vi de perfil por el espejo del baño de mujeres esa noche. Te esperé allí, alguien dijo mi nombre y cuando volteé a atender el llamado tú saliste del bar, nadie me había llamado. Salí y efectivamente esa era tu espalda, esas tus caderas. Con sigilo te seguí hasta tu casa.

Que me llamen delirante o paranoico, pero fue entonces que comprendí que el universo tejía una gran conspiración de la que sólo me enteré por ciertos errores que cometió. Tanto esconderte, tanto inhibirme tus ojos hasta que me revelé y te seguí. Y no me pesa haberte perseguido porque al fin serías mía, a mi manera.

Y así pasaron estos meses. No quería perderme de tu rostro, de tu andar, ahora que te había descubierto. Te quería para mí y para nadie más. Sabía tus lugares comunes, eran previsibles ya tus movimientos, hasta tus sentimientos los precisé. Lo siento por la soledad en que te sumí al prohibir a otros de ti. Sé que no la soportaste, pero es que ellos no te merecían. Estabas destinada a mí, destinada a que tu belleza estuviese en un cofrecito, a ser liberada de este mundo que no te correspondía. Y lo logré, lo lograste y pronto estaremos juntos, solos, sin intrusos. Te hice mía, le gané la partida al universo.

Que hermosa estabas anoche, esa palidez, tus pómulos asentados por el sopor moribundo, por tu soledad y la sobredosis de pastillas que has tomado. Y la vida que se te iba y yo te veía por la ventana, y tu llorabas y te me hacías más hermosa, cada vez más mía, menos de ellos. Cuando los ojos se te fueron cerrando y te recorrió un temblor, abrí la ventana, entré con cuidado de no sobresaltarte para que tu último suspiro fuese fotografía de tu belleza quieta, sin que un retozo imprevisto perturbara tu semblante de muerte.

Tus ojos eran dos lunas menguadas, apenas me miraste, apenas alcanzaste a preguntarte por este rostro extraño. Ahí fue que toque tus labios, ahí fue que me dedicaste tu aliento final.

Ya voy amor mío, estas letras se acaban, el veneno en mis venas hace efecto. La modorra moribunda, la convulsión en mis músculos anuncia la partida de este mundo, la bienvenida al otro.

Te dedico el esfuerzo que concluye mi existir. Los diez pasos que no te salvaron son los que me acercan a tu cuerpo inerte en tu propia cama donde ayer has muerto, el mismo cuerpo que he contemplado hoy todo el día y me dispongo a acompañar. Aquí muero, aquí espero a tu lado que la muerte aseste el golpe final, el que me llevará a nuestro último encuentro, el eterno. Aquí va tu último amante, el infractor restante de tu eterna belleza, el punto final de la lista de muertos que cuentan a mi favor.

lunes, 29 de septiembre de 2008

AMERICAN BEAUTY...look closer

“Supongo que podría estar bastante enfadado por lo que me paso, pero es difícil estar enfadado, cuando hay tanta belleza en el mundo. A veces siento como si la viera toda a la vez y es demasiado. Mi corazón se llena como un globo que está a punto de estallar... Y entonces recuerdo que tengo que relajarme y no intentar aferrarme a ella, y entonces fluye a través de mí como la lluvia y no puedo dejar de sentir gratitud por cada simple momento de mi estúpida y pequeña vida... No tienes idea de lo que estoy hablando. Pero no te preocupes... algún día la tendrás”

American Beauty, quizá sea uno de los films más hermosos que jamás haya visto. Desde hace un tiempo se viene criticando el cine que nace en Hollywood y para nadie es un secreto la falta de creatividad que ha rondado aquel lugar en los últimos años. Pero no quiere decir que todo sea malo, pobre de aquellos que no encuentran en lo común lo verdaderamente bello y eso es American Beauty.
Algo tan simple como mirar al cielo y ver las nubes pasar, las arrugas en las manos de tu abuela, cuando una lagrima se desprende de un ojo triste o descubrir la sonrisa de alguien que te mira. Porque bello no es solo aquel colorido y esas curvas simétricas y los ojos azules de repetidos modelos en pasarelas brillantes; porque la belleza golpea cuando se mira, porque no basta verla sino observarla, sentirla en cada molécula y descubrirla a cada paso; cada instante es único y eres un espectador afortunado, nadie mira a través del mismo cristal.
Desde el titulo se anuncia la cantidad de significaciones que aguarda la película, la American Beauty es una especie de rosa hibrida, lograda a partir de modificaciones genéticas para obtener una flor perfecta –en apariencia-. Así, aparece una crítica para una sociedad postiza, de sonrisas rígidas, pieles de botox y frigidez afectiva; una sociedad de bellezas artificiales. Pero no todo está perdió, hay quienes encuentran algo más allá, lejos de la complejidad del razonamiento. Ya lo sabía Oscar Wilde cuando decía “La belleza, la verdadera belleza acaba donde empieza una expresión inteligente”.
Cuando vi la cinta por primera vez me sentí un poco como Lester Burnham (Kevin Spacey), desgraciado al despertar de ese “coma” en el que se encontraba; luego me identifique con Ricky (Wes Bentley) al darme cuenta de toda esa vida que hay detrás de las cosas; y al final no pude sino sentir esa gratitud de la que habla la película, por cada pequeño instante, cada pedazo de belleza que esconde nuestras insignificantes vidas.
Es uno de esos films que nadie puede perderse, habrá quienes crean que es una cinta romántica en su tratamiento, pero vale la pena apostar un poco por encontrar que a la vida hay que pintarla, vivir de una realidad ficticia es un acto suicida y debemos sacar –o inventar si es necesario-, esa magia tras los instantes para hacerla soportable.
Aquí les dejo el tráiler de la película: