"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


domingo, 8 de febrero de 2009

Retrato de una obsesión:

… Acabé con todos y yo era el último…

Hoy es sábado y vos te moriste anoche. Pensaste que por ser viernes nadie iba a notar tu ausencia; pero yo sí. Razón principal: haberte seguido por los laberintos de esta absurda ciudad sin que advirtieras mi presencia. A veinte metros de ti estaba siempre yo. A sólo diez pasos estuve de salvarte la vida; pero no lo hice.

Ayer además de morirte me viste por segunda vez, por penúltima vez. Y digo penúltima porque te buscaré hoy también, tras escribir esto. Hoy me verás por última vez, por siempre, vas a ver. Terminaré de escribir, si la vida me lo permite, si el destino se queda quieto y el universo no mueve sus hilos para adelantar mi muerte ante mi propósito de concluir este texto.

Menos mal te mataste, ya no podía con tanto muerto que me cargué a tu salud. Cada amante que tenías, cada pretendiente que aparecía era un nombre más en mi lista, un saldo sumado a mi cuenta. A todos ellos los dejaste sin aliento, a lo que yo ayude un poco.

No soportaba que te vieran, que te desearan, que te ultrajaran con sus vistazos. Don Roberto el de la tienda tenía un cajón lleno de poemas para ti y la primera moneda que le diste, la misma que termino hundida en su garganta, obstruyéndole el aire como cuando tú le saludabas. Tu primer novio, Javier, no sabes cuánto te quería, aún guardaba la sábana manchada por tu virgen humedad, manchada después por la sangre destilada de su cuello. Francisco, el cura, a él también lo maté yo, lo encontré con su miembro erguido y la foto que te tomaron en tu primera comunión, lo hallaron ahorcado con sus calzoncillos y pensaron que había sido obra del demonio. Demonio mi deseo de vos, mi obsesión de protegerte de ellos que vulneraban tu belleza con sus miradas lascivas y lujuriosas.

Cuando llegue esta noche a donde debes estar, seguro tendré que saldar con todos mis difuntos, con todos mis fantasmas, con tus aspirantes. Allá, como acá, hay que realizar los trámites correspondientes. Pero no te preocupes, preciosa, sabré arreglarlo todo para nuestro encuentro, el tercero, el último, vas a ver. No dudo que remataré a los que murieron por ti, que deben estar haciendo fila a tu puerta.

Fue hace tres meses. Tres meses, dos días, diez horas, trece minutos y catorce… quince… dieciséis segundos, que te conocí. Estabas allí parada en la estación del metro, en la plataforma de enfrente. Nos separaban dos carriles que apuntaban a direcciones distintas.

Yo te vi y tú también me viste, por primera vez. Nos miramos por nueve segundos, los conté porque me pareció increíble que te fijaras en alguien como yo, tan común, tan corriente. Me miraste con toda tu belleza, con esos ojos que me vieron anoche también, tan claros, tan azules y tan tuyos. Justo en el segundo ocho el tren entró a la estación, para el noveno segundo ya tu imagen era borrosa por los vagones.

El miedo que sobrevino tras perder tu rostro fue insoportable. Tus facciones eran incoherentes en mi mente. Debía armar tu cara de nuevo. Corrí para alcanzar el tren, para ir en tu dirección y así incluirme en tu futuro. Llegué tarde, el tren despegó cuando pisé el último escalón del rellano.

Una noche de fría luna y clima pálido te encontré en un bar. Sabía que eras tú porque tus manos son inconfundibles. Alguien más estaba contigo y me vedaba tu rostro, pero eras tú. Moví un poco mi cuerpo para hallarte pero te volviste a atender a otro tras de ti. Te seguí cuando fuiste al baño, todo me ocultaba tu rostro. Digo que eras tú porque te vi de perfil por el espejo del baño de mujeres esa noche. Te esperé allí, alguien dijo mi nombre y cuando volteé a atender el llamado tú saliste del bar, nadie me había llamado. Salí y efectivamente esa era tu espalda, esas tus caderas. Con sigilo te seguí hasta tu casa.

Que me llamen delirante o paranoico, pero fue entonces que comprendí que el universo tejía una gran conspiración de la que sólo me enteré por ciertos errores que cometió. Tanto esconderte, tanto inhibirme tus ojos hasta que me revelé y te seguí. Y no me pesa haberte perseguido porque al fin serías mía, a mi manera.

Y así pasaron estos meses. No quería perderme de tu rostro, de tu andar, ahora que te había descubierto. Te quería para mí y para nadie más. Sabía tus lugares comunes, eran previsibles ya tus movimientos, hasta tus sentimientos los precisé. Lo siento por la soledad en que te sumí al prohibir a otros de ti. Sé que no la soportaste, pero es que ellos no te merecían. Estabas destinada a mí, destinada a que tu belleza estuviese en un cofrecito, a ser liberada de este mundo que no te correspondía. Y lo logré, lo lograste y pronto estaremos juntos, solos, sin intrusos. Te hice mía, le gané la partida al universo.

Que hermosa estabas anoche, esa palidez, tus pómulos asentados por el sopor moribundo, por tu soledad y la sobredosis de pastillas que has tomado. Y la vida que se te iba y yo te veía por la ventana, y tu llorabas y te me hacías más hermosa, cada vez más mía, menos de ellos. Cuando los ojos se te fueron cerrando y te recorrió un temblor, abrí la ventana, entré con cuidado de no sobresaltarte para que tu último suspiro fuese fotografía de tu belleza quieta, sin que un retozo imprevisto perturbara tu semblante de muerte.

Tus ojos eran dos lunas menguadas, apenas me miraste, apenas alcanzaste a preguntarte por este rostro extraño. Ahí fue que toque tus labios, ahí fue que me dedicaste tu aliento final.

Ya voy amor mío, estas letras se acaban, el veneno en mis venas hace efecto. La modorra moribunda, la convulsión en mis músculos anuncia la partida de este mundo, la bienvenida al otro.

Te dedico el esfuerzo que concluye mi existir. Los diez pasos que no te salvaron son los que me acercan a tu cuerpo inerte en tu propia cama donde ayer has muerto, el mismo cuerpo que he contemplado hoy todo el día y me dispongo a acompañar. Aquí muero, aquí espero a tu lado que la muerte aseste el golpe final, el que me llevará a nuestro último encuentro, el eterno. Aquí va tu último amante, el infractor restante de tu eterna belleza, el punto final de la lista de muertos que cuentan a mi favor.

5 comentarios:

  1. Obra maestra, las obsesiones vienen en distintos tamaños, olores y sabores, y creo que sabes a lo que me refiero, éste tipo de obsesion es la que más nos inspira curiosidad, pero existimos otros seres agoviados por otras obsesiones... En fin, creo que en el fondo la obsesion es la de calmar la obsesion, que cuento tan obsesivo, y aún así aunque hayan dificultades, disfruto los momentos de mi existencia y locura... Me gustó mucho, me tienes que contar en qué pensabas. tvb

    ResponderEliminar
  2. Qué éxito... Imaginátela en un cortometraje. Salud por la escritura negra (obviamente me refiero a las cartas comerciales de Obama)

    ResponderEliminar
  3. Me quedé sin pañabras...

    Julio, estarás pasando por un periodo de muerte?

    ResponderEliminar
  4. Jaja.. Respondo.. Teban, ya nos hemos sentado hablar largas horas de obsesiones, ya tendremos tiempo de aclarar dudas. Lucas, claro que me imagine un cortometraje, que genial sería... Y que viva la escritura negra! Hail* Obama (*se escribe así?)... Y Villa, como así? así estuvo de pesimo que paresco muerto? ... Mentiras pero es que la muerte siempre me ha interesado, tiene su atracción esa mujer, por algo todos terminan tras ella.

    ResponderEliminar
  5. Julio, amigo mío... Nos guste o no... siempre nos besa.

    Esperemos que cada uno obtenga la muerte que mejor le encaje.

    ResponderEliminar