"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


martes, 28 de abril de 2009

¿Por Qué Tiembla La Tierra?

Un día me encontré en la U a un amigo sentado en el suelo con la mirada puesta en un arbol de mangos. Pues bien, me le acerqué y resulta que el señor palo de mangos le estaba concediendo una entrevista muy detallada y visceral a mi amigo. Puede decir usted, querido lector, que esto es una locura, que los arboles no tienen vísceras, ni hablan. Dígale eso a las palabras, vaya con tal pretexto a las letras. Es mucho lo que ellas pueden lograr, y que gran lugar sería el mundo si como niños nos creyéramos razones como que los arboles hablan, tienen vísceras y hacen el amor.

Pues a mi amigo le pareció que era realmente una desgracia ser un árbol, tan quieto, tan sólo. Tanta fertilidad asexuada. Eso le preocupaba a él entonces le dije que lo que no sabíamos era lo que sucedía en las raíces. Y así nació este escrito:

¿POR QUÉ TIEMBLA LA TIERRA?

“No sé distinguir entre besos y raices”
La Chispa Adecuada – Heroes del Silencio


Puedo apostar que usted no sabe por qué la tierra tiembla. Pues bien, le contaré un secreto:

¿Los ve? ¿Ve a esos gigantes de madera?, esos mismos seres de piel rugosa, llenos de astillas, de historias. Esos entes solitarios, taciturnos, congelados; saben por qué la tierra se estremece.

Dirá usted que nada saben los arboles, pero ahí donde los ve ocultan algo que nosotros, humanos de superficie, no conocemos.

Pregúntele a la lombriz, ella lo ha visto. También los topos y los gusanos.

Allá, abajo, ya no se es Arce, ni Naranjo, tampoco Ceiba, Ciprés o Cedro. Los encantos del guayacán en flor son insignificantes ante lo que esconden sus raíces.

La tierra redobla por los espasmos silenciosos de los arboles, las poluciones vegetales, las convulsión subterráneas.

Es ese, no otro, el origen de los temblores, no se engañe. Es sólo sexo arbóreo lo que se da bajo los pies, donde todas las raíces confluyen, entonces tirita la tierra.

miércoles, 22 de abril de 2009

Piedra, Papel o Tijera

Esa mañana su madre miró la taza del chocolate extrañada y le preguntó quién era esa mujer blanca, del cabello negro y las piernas largas. Él extrañado, respondió que no sabía, sabiéndolo. Sacó entonces su madre, de la mesa de noche, la baraja española. Le pidió que la partiera en tres y así lo hizo. Tres golpes sobre la torre de cartas que dictaría su suerte.

-Piel blanca, como las perlas. Cabello negro y enmarañado como su propia vida. Problemas, mijo, una mujer de las malas. Mucho cuidado.

Otra mujer de las malas, que para él habían sido todas. Pero esta era diferente, esta sí que era mala porque era puta. La había visto la noche anterior en el bar, no sabía ni su nombre ni su mote, entonces se puso a inventarlo con cuanta cosa invocara en su mente esas nalgas prominentes. Terminó por bautizarla Proserpina, como el cuadro de Rossetti, porque así era ella, a diferencia que su fruto no la ataba a ningún hombre.

Él sabía cómo era eso de las mujeres, desde pequeño empezó a conocer el vasto universo femenino. La primera que llegó, la Piedra, se le enterró ahí donde más duele y le produjo unas reacciones químicas de lo más extrañas. Los bichos en el estomago, las manos sudorosas y frías, ese temblor que le recorría cuando veía entrar a la clase esa niñita de vestido de cuadros y trenzas a lado y lado. Él ni se atrevía a decirle nada, sólo se quedaba mirándola por dos horas seguidas y en el recreo se le acercaba y le decía, con una voz apenas perceptible: ‘Hola’. La respuesta de ella siempre era la misma, volteaba su cabeza con una fuerza que hacía volar sus dos potentes trenzas a una velocidad tal que azotaban el rostro del pobre, dejándole los cachetes colorados; y no exactamente por los besos que él esperaba.

Pero ahora la historia era otra, él lo sabía. A la noche se fue al bar a jugarse su suerte, que hasta ahora era mucha en el naipe. Frotar el amuleto colgado al cuello, mirada segura al resto de jugadores, la seña a su dama de compañía. El juego estaría ganado si no fuera porque desde ese día el azar decidió ponerlo a girar en una ruleta vacilante.

Él era el As de las cartas, o el Rey, o el Tres, no había ronda que perdiera o al menos empatara. Pero algo debía suceder allí, algo que jamás había sucedido. Recordó lo que dijo su madre esa mañana. Al instante la copa que se quiebra, el cigarrillo que se apaga y el mismo juego repetido durante tres rondas consecutivas. Piel blanca, como las perlas. Cabello negro y enmarañado…’. Era ella en su baraja, la tenía allí metida mientras algún otro alquilaba su cuerpo en un cuarto de motel.

-Señores, planto aquí, algo raro traman ustedes, la mano está comprada y no a mi favor…

Tiró los billetes que había perdido y salió de la cantina con el juego todavía alistado en sus dedos. Se fue a casa. Trato de escribir, porque él era escritor, pero la musa que él esperaba quedó anclada en sudores ajenos.

Su pasión por las letras vino con la segunda, con la de Papel. Una nenita de quince años, con su aura hormonal y sus curvitas apenas definiéndose. A ella le gustaban los dulces, los poemas y las películas con finales felices. Todo era perfecto y él aprendió el oficio de ser mal poeta. La tenía en un altar, ella era ideal. Era un romance parecido a esas novelas rosa que tanto le gustaban a ella, por eso era la de Papel. Un día, el día de su primera vez, ella le enseñó cuan densas eran las nubes. Él apenas se atrevía a tocarla, por su timidez y por la belleza de ella. Cuando al fin logró rozarla lo invadió un espasmo inocentemente apresurado. ‘Debo irme, gracias por el poema, está muy bonito’, dijo ella mientras se vestía, y se marchó. Él no entendía por qué al otro día en el colegio, todas las mujeres le miraban el pantalón, alzaban las cejas y susurraban. La nenita consiguió otro príncipe para su cuento y fueron felices para siempre, él en cambio quedó con la maldición que traen las letras.

Su madre siguió leyéndole el chocolate a escondidas, le ponía estampitas en los bolsillos del pantalón, lo rezaba en las noches… Él no volvió escribir, esa mujer lo había dejado sin letras, con el puño cerrado, la tinta seca y el papel virgen. Abandonó las apuestas, comenzó a ahorrar porque había escuchado que su Proserpina era una de las putas más caras de la ciudad. Cuando tuvo lo suficiente se fue al bar.

-Doña Inés, vengo por Proserpina.

-Josefina se fue de vacaciones, mijo.

-No, no, doña Inés, Proserpina, Pro-ser-pi-na.

-¿Cuál Proserpina?, que poco sabes de putas, esa costumbre de llamarnos como sirenas es cosa de los escritores.

-Qué pena con usted, doña Inés. Yo vengo es por esa mujer, la que suena como esa canción que dice: ‘En el negro azabache de tu blonda cabellera, en el rojo escarlata de tu boca divina’.

Después de tanto dialogo y descripciones, que la dueña de las niñas no captaba, él pobre hombre la consiguió.

Piedra, papel… tijera. Eso era Proserpina. Una mujer tijera, de piernas largas y filosas. Con un sexo verdugo, asesino.

¡Qué esplendida muerte! Él se defendía con su incipiente puñal, la hería. Ella decapitándolo, cercenándolo cadenciosamente, mutilándolo. La tinta que dejó de regar en el papel la inundó a ella de versos retenidos, de palabras gangrenadas. Todos esos malos poemas quedaron dentro de ella. Mientras abajo ella lo mataba y él se defendía, arriba los labios impartían las palabras que él quería escuchar.

Piedra, papel y tijera… Después de ella no hubo más. Lo dejó eunuco. Le cortó la pluma, lo dejó sin tinta. Si bien era cierto que nunca sería de él por más de tres horas, valdría la pena serle fiel. Mujer piedra, ‘Corazón Coraza’. Mujer papel, ‘Papel Mojado’. Mujer tijera, mujer que castra, que succiona poemas; absurdo le sería pretender placer después de los incisivos espasmos de la Proserpina.

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La Pintura que acompaña este escrito es Proserpina de Dante Gabriel Rossetti.

La canción es Azabache de Julio Jaramillo.

Al final, las palabras entre comillas son dos poemas del poeta Mario Benedetti.

sábado, 18 de abril de 2009

¿De qué me sirve?

De qué me sirve un corazón

tan grande como un puño,

si al colibrí le basta uno minúsculo

para poder volar.

¿Será que el tamaño de ese musculo

es inversamente proporcional al de las alas?

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La fotografía fue tomada en Manizales, en un lugar llamado Chipre donde Neruda bautizó a esa ciudad como "La Maquina de Atardeceres", si no estoy mal. Sí, el de la foto soy yo, que se note el cabello enmarañado lleno de dudas. Creo que por eso se me onduló el pelo y quedó con forma de '¿?', por tanto preguntar.

jueves, 16 de abril de 2009

Intento de Semblanza

Estoy haciendo mis pinitos en este cuento de la Radio, aunque no sea mi medio de cabecera, en realidad no escucho radio. La cosa es que he descubierto que a pesar de las limitaciones temporales y recursivas que representa este medio, es posible lograr buenas cosas, o al menos intentarlo. Así no corro el riesgo de abandonar un poco el lenguaje con que manejo mis escritos.

Por eso, queridos lunáticos, hoy les traigo una muestra de lo que he hecho en la U.

Pretendía realizar una crónica, que luego se transformó en perfil, para tomar forma de semblanza. Aquí está un hijo deforme hecho con cariño.

Omaira Rodriguez es la protagonista. Actriz del Pequeño Teatro de Medellín y una mujer a la que admiro personalmente. Recomiendo para quienes gusten del teatro estar pendientes de obras como Emily Dickinson y Woyzeck.

Sin más palabras escritas y con mil disculpas por los errores del Movie Maker –que no manejo a la perfección-, aquí está:

Este audio hace parte del programa De La Urbe Radio, una realización de los estudiantes de periodismo de la U de A , que pueden escuchar en el 1410 AM (La Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia), los viernes y sabados a las 12:30 p.m.

lunes, 13 de abril de 2009

Miedo I

La mujer tiene una infección en sus labios. La mujer se lleva el índice derecho a sus labios. El índice derecho infectado viaja hasta mi boca con un beso emponzoñado.

Los sueños están hechos de una materia tan flexible que te permite traspasar paredes y segundos.

Ahora subo en un ascensor que más bien parece un tren. Al frente de mi vagón ascendiente hay otro idéntico, me acompaña una mujer y el del frente lo ocupa otra diferente. Ambos ascensores ascienden como serpientes cortejándose por las paredes del edificio. Todo gira, somos parte de una espiral en los intestinos de las bestias que nos cargan a nuestro destino final –que en los sueños nunca se consuma-.

La mujer que me acompañaba se ha bajado en el piso tres y el ascensor debía hacer parada en el cuarto también, pues ese era el botón que marcaba mi llegada.

Ahora la mujer de enfrente se ve aterrada, nuestros vagones han comenzado a avanzar más rápido, ahora el edificio no tiene fondo, somos dos extraños relatándose su última memoria.

El aire casi corta por la velocidad de los aparatos. La mujer grita desesperada y yo no puedo hacer nada, que la salve, que yo puedo hacerlo –es aquí donde escucho lo más patético que pude haber escuchado, no sé qué neurona de mi cerebro ha dicho tan absurda frase-: Es que ustedes los hombres lo pueden todo, sálveme, ustedes tienen la fuerza, el poder.

Esta vez no se me permite traspasar paredes y cambiar al vagón donde ella viaja, esta vez no se me permite regresar donde la mujer de los labios infectados, el sueño se ha vuelto pesado y ha perdido su consistencia etérea, su condición maleable.

La cuenta de los pisos la he perdido. La imagen siguiente es la de la mujer abandonando el vagón y cayendo sobre los rieles. No la vuelvo a ver, sólo unas miserables manchas de sangre, no las suficientes como supone expulsar un cuerpo triturado en la realidad, pero el sueño ahora hace lo que quiere. No les relato mi sueño, les relato el sueño, no soy su amo, yo le pertenezco, no él a mí.

Ahora mi ascensor es el único que avanza, fiel a las ordenes de mis deseos más profundos pero que no me pertenecen, ya lo dije. Tengo dos salidas: O me arrojo como la mujer o llego al final.

Tres, dos, uno… el techo que se acerca, tengo la certeza que seré aplastado por un cielo de oníricos adobes. La espiral se hace más estrecha, todo se estremece como en el cine cuando mueven la cámara para simular temblor.

Sé que morí en ese sueño, lo sé. Tres, dos, uno y de repente los ladrillos eran madera, y el vagón un aglomerado de algodón y resortes.
Últimamente sueño todo en espiral y despierto con ese mareo perpetuo de la realidad existencial.
Por eso comienzo ahora la serie ‘Miedo’, para ir exorcizando algunas pesadillas que se han quedado atrancadas en mi atrapa sueños y de vez en cuando les da por caerse y pegarme en la cara.
Si alguien desea relatar sus terrores está abierto el espacio.
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martes, 7 de abril de 2009

La Historia del Primer Ferrocarril de los Cuentos de Hadas

Había una vez como muchas tantas, en un reino como suele ser ubicado todo cuento fantástico, un monarca con gran poder y riqueza, así como son los grandes monarcas. Resulta que este rey no sabía en qué derrochar su fortuna. Tenía un palacio de grandes torres, una cocina surtida de las delicias más excelsas del mundo y vajillas de oro, un comedor de dieciséis puestos, siete sirvientes. Una esposa inteligente, bella y sumisa. También tenía un hijo quien se preparaba arduamente para reemplazarlo, un hombre hermoso, un príncipe azul como es digno que haya en este tipo de historias.

Este príncipe era tan hermoso que su padre no permitía que los sirvientes lo vieran, a menos que tuviesen los ojos vendados. El rey usaba unos enormes lentes opacos, para que este príncipe no se reflejara en sus ojos y se perdiera en su belleza. Era algo así como el Narciso de la edad media.

Cuentan que cuando la madre dio a luz a esta hermosa criatura, divina en esencia, no soportó la sorpresa al verlo y cayó sumida en un sueño que duró una semana.

Bueno, se supone que este príncipe debía encontrar a su doncella, que correspondería con algo de belleza. Por eso el rey convoco a todos sus mensajeros, envió palomas, caravanas enteras salieron del poblado para invitar a todas las mujeres hermosas que existieran en reinos aledaños, a una reunión sin precedentes. Fueron tantas las mujeres que aceptaron ir al banquete que se ofrecía, todas delirantes por los mitos creados alrededor de la belleza del príncipe, que el monarca se vio obligado a construir un medio de transporte rápido y así todas llegarían a tiempo.

Mandó a construir entonces el primer tren en la historia de los cuentos fantásticos: Rieles de oro solido, tan brillante como el sol; con vapor olorizado para que las damitas no llegaran al carbón; comedores internos, habitaciones con bañeras y cuanto lujo se pudiera acomodar.

Los días pasaban, la construcción ya terminada, las mujeres emocionadas por conocer al príncipe, y el príncipe que no salía de su cuarto se sorprendió un día al ver desde su ventana el brillo de ese innovador invento.

Algo salió como no debía aquel día. Las mujeres blanquecinas del pavor que les produjo el estruendo del aparato al detenerse en la estación del castillo. La reina que grita desde las compuertas del palacio y el príncipe que ha estado mirándose a los rieles de oro, por horas, guillotinado por las filosas ruedas del invento de su avaro padre; por su propia belleza.

Es así como termina el primer cuento de hadas sin príncipe azul que asista a su boda, sin beso alguno que justifique la magia de lo narrado y como muere por segunda vez un Narciso gracias al primer ferrocarril de las historias fantásticas.

viernes, 3 de abril de 2009

Tiempo Muerto

"Hay quienes estropean relojes
para matar el tiempo" Woody Allen





Hoy me han dado un regalo. Ese regalo es un reloj.

A diferencia de Cortázar no me sentiré prisionero de este artilugio porque este es un reloj particular.

Tengo la plena seguridad de que no será el tiempo jamás mi verdugo, ni las manecillas afiladas perfilarán arrugas en mi rostro, ni el tortuoso tic tac me llenará de famélicos segundos la existencia.

La única tarea que me ha traído el nuevo habitante en mi muñeca es esperar con ansias que alguien se acerque y me pregunte por la hora. ¿La hora? ¡Ah! Sí, como no, es hora de que aprecie mi reloj. Le digo que es peculiar, es un reloj lunar y resulta que en la Luna el tiempo se congela

¿O cuándo ha visto usted que la Luna envejezca como lo hacemos en la tierra?

Vaya lio del que me salvaron al obsequiarme este reloj.