"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


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lunes, 8 de febrero de 2010

Las Formas del Vacío

Lo que habita entre palabra y palabra son las formas del vacío. La distancia que separa un átomo de otro es un agujero del tamaño del silencio, de la ausencia, del olvido.

Las formas del vacío moran entre parpadeos, en la bocanada de aire antes de invocar o decir lo que apena. Lo que vive en esa ausencia son mil ojos ciegos, orificios donde reposa un dios muerto porque está en el olvido. Son las tumbas de los ausentes, los alaridos de los dolientes, lo que no pronuncia la lengua se queda allí, en las formas del vacío.

Lo que habita entre palabra y palabra: las formas del vacío, la duda al pensar lo que se dice, el impulso de decirlo sin pensarlo, el temblor, el escalofrío, el vahído de un espasmo.

De esas formas del silencio se derraman los gritos que hemos de proferir, es de allí donde se avienta la palabra que vendrá tras la antes pronunciada. Cada palabra trae su silencio del que se arroja la siguiente. Cada palabra y su ventana, cada palabra y su vagina, pariéndose en sucesión de gritos y afonías.

Invirtiendo la formula, lo que habita entre silencio y silencio son entonces palabras mal dichas, palabras perforadas, vocablos agrietados. Ante la imposibilidad del habla, del intento del más pequeño poema, queda el consuelo del vértigo al aventarse de un vacío, pronunciarse y tropezar con otra brecha por la que aventarse nuevamente, para volver a ser mencionado, y así hasta caer de bruces al punto último del escrito y encontrar que también este tiene cara de ser un hueco.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Pensamientos inútiles a las 3:33 de la madrugada

1.

Tres y treinta y tres en verde fluorescente titila el despertador. El despertador fluorescente titila en verde: tres y treinta y tres. Titila fluorescente el despertador las tres y treinta y tres en verde. Tengo una amiga quien gritaría si viera ese número, sufre algo así como una triscaidecafobia pero con el número trescientos treinta y tres; o más bien una triplehexafobia dividida por dos. Sí, seguro moriría en este momento con el tráfico de tic-tac en los relojes del cuarto contiguo, el del relojero. También sé de un niño que cuando tiene pesadillas en la noche corre al cuarto de sus padres, se detiene ante la puerta y prefiere dormir allí en el suelo; lo espantan esos pasos acompasados del reloj al otro lado.

2.

Cuántas escaleras habré escalado para confirmar que si el menguante de la luna no es más que la sombra proyectada por la tierra, y si yo -habitante de este mundo, terrícola escapista, humano orbitando la locura- lograse alzarme lo suficiente para que el sol recayera sobre mí, también mi sombra se reflejaría en la luna.

3.

Qué gran avance ha representado para la literatura la máquina de escribir y, posteriormente, el teclado de computador. Antes, la costumbre era la de redactar a una sola mano, bienaventurados los onanistas ambidiestros. Pero ahora todos podemos pertenecer a ese excelso grupo que ha logrado una economía estable en sus dos manos: de a tres teclas por dedo, el comunismo del teclado. Sí, en definitiva la producción literaria pudo haber aumentado; su calidad… dejémoslo en que ha entrado a eso que llaman producción a gran escala. Por eso, aunque ahora se escriba a dos manos por hombre, la muy condenada seguirá incompleta.

4.

¿Que por qué era tan grande Mercedes Sosa? Imagínese usted, tener que cargar con toda la voz de Latinoamérica. Se debe ser robusto, fuerte y grande, con la piel gruesa y bien puesta para no romperse con esos gritos, gruñidos y llantos.

5.

Para sobrevivir en Medellín se deben dejar los escrúpulos de lado, aprender a tratar con las putas y poco a poco desmontarles las cuchillas que llevan entre las piernas. Mejor dicho, hay que saber alzarle la falda a las montañas.

6.

Tres y treinta y tres de la madrugada. Se fue la luz. Ya no titila el despertador. Tres y treinta y tres rezaba en verde fluorescente. Y como a esa hora se fue la luz, entonces esa hora seguirá siendo hasta que vuelva. Pero la luz no se va, se fue la energía, porque la luz la tengo en esta vela. Mejor dicho, se trasformó la luz como la energía, que tampoco se va, sólo que el lenguaje no es suficientemente explicito para decir algo como que se apagó el bombillo a causa de que los impuestos no han sido pagados. Pero la vela me es suficiente. Se refleja mi sombra en la pared, como lo haría en la luna si me alzara lo suficiente. También está la sombra de mi cigarrillo y de pronto me pregunto por qué cuando lo aspiro, el de mi sombra también se consume pero no se enciende como el mío. Concluyo entonces que no soy el único oscuro esta noche, también el pobre quema su pena sin hacer mucho ruido.

sábado, 24 de octubre de 2009

En Buenas Manos

“Oh mis muertos
Me los comí me atraganté
No puedo más de no poder más”
En Esta Noche, En Este Mundo – Alejandra Pizarnik


-Abuela, los perros no bailan, los que bailamos por la plata somos nosotros.
-Pero un perro bien entrenado baila porque baila.
-Igual que un hombre bien remunerado.

Pobre de mi abuela, se fue engañada. Creyó que todo iba a cambiar, que quedaríamos en buenas manos. Seguramente el día que se fue pensaba que la nevera estaba llena, que la leche no se vinagraba hervida. Que todo mejoraría, que quedábamos en buenas manos, creyó que todo iba a cambiar. Se fue engañada, pobre de mi abuela que en paz descanse.

-Papá, me sabe mal este café. Le digo que la leche está vinagre.
-La leche hervida no se vinagra.
-Pero si lleva una semana ahí puesta.
-Todo está bien, mijo, impresiones suyas.

Papá, yo le advertí lo de la leche. De seguro la vaca estaba enferma, tendría la ubre infectada, la leche cortada. Sí ve, papá. Yo se lo dije. La abuela dejó la leche ahí puesta, pero ya estaba vinagre desde antes, por eso la hirvió, para intentar arreglarla. Pero ya ve, papá, lo mal que le ha caído el café de esta mañana, por eso yo no lo tomé.

-Mamá, no lloré. Mire, deje toda la ropa de mi abuela ahí en el armario. No hay necesidad de hacer eso ahora.
-Es mejor ventilar la pena, mandarla a quemar. A alguien le servirán estas prendas.
-Sí, mamá, pero no hace una semana que la abuela murió. Venga, no se ponga en esas. Tómese este cafecito para que llene el estomago.

Sí ve, mamá. Lo confirmamos. Son las vacas las que están dañando la leche antes de darla. Vea que ya papá y usted están en cama. Lo mejor será dejar de tomarla, por lo menos hasta que las vacas dejen de dañarla.

-Ay, mamá, la leche no deja de llegar cortada. Algo les pasa a las vacas. Pero mientras tanto, coma algo y páselo con agua. Dele a papá.
-Comamos los cuatro, llame a su hermano.
-No, mamá, ya me han traído a mí el alimento. No les guardé porque no me lo permitieron. Tuvieron que cambiarme las sabanas, les había escondido unos bocados a ustedes bajo la almohada.
-¿Usted ya comió?
-Sí, una mujer entró al cuarto y me dio de comer. Yo le pedí para ustedes, pero fue como si no me escuchara. ¿Dónde está Martín, mamá?
-En el cuarto de la abuela, encerrado.

Martín está como raro. De pronto sus rasgos están perturbados. No creo que sea la leche. Tal vez el agua también ha llegado envenenada. Nos van a dejar morir de hambre, que alguien haga algo.

(-Tranquilo, tranquilo, va a sentir una picadura y…
-Pero mire, que es Martín, está muy raro, como desfigurado. Hace tanto no come…
-Tranquilo, duérmase).

-¡Mamá!, mamá despierte. Papá esta vomitando. ¡Mamá! vístase que nos vamos. Vaya póngase la chaqueta, voy a despertar a mi hermano. Escuche allá afuera lo que está sonando. ¡Despierte, mamá!

Qué le pasa a Martín que de pronto se ha puesto morado. Que son esos ojos tan extraños. No parece mi hermano. Y papá se ha quedado encerrado en el baño. Todo está vuelto mierda, los trastos no se han lavado. La alcoba de mi abuela desordenada, que extraño. Esta mañana estaba todo arreglado. Oigo pasos.

-¡Mamá!

Fue el agua que les hizo daño. ¿Pero por qué Martín está amoratado?

(-¡Quién es usted, qué me está inyectando! Le digo que yo no los maté, fueron las vacas, el agua y los que entraron rompiendo la puerta y disparando a todos lados. Nada es muy claro.
-Shh… tranquilo, sólo es un delirio).

Sé que mamá ya estaba muerta, yo lo sé, antes que ellos irrumpieran. Se estaba allí quietica. Sin embargo uno de ellos se acercó y le asestó un disparo entre sus parpados. A papá no lo vi, pero no salió del escusado. Al pobre Martín sí, lo vi todo, yo estaba escondido entre el armario del cuarto de la abuela, él recostado en la cama. Ellos entraron, mi hermano apenas alcanzó a detallarlos. Estaba gritando porque lo había despertado el disparo en la habitación de mis padres. Pobre Martín, yo lo vi, el me miró también sin delatarme.

-Abuela, que los perros no bailan. La leche está vinagre. El agua sabe raro. Abuela, le desordenaron la cama, no se enoje conmigo. Qué hago con Martín que lo veo desmadejado. Abuela, Martín se ha escurrido entre las sabanas y mamá no puede venir a consolarlo. Papá aún no sale de ese baño. Yo me he escondido, cobardemente, en el armario. Abuela, ¡los pasos! Fueron ellos, pero nadie lo cree, me toman por perturbado.

No sé de haber gritado que me habría pasado. Pero sé que no estaría aquí amarrado. Yo no estoy loco, no me lo digan, que no estoy loco. Ustedes no se creen la pesadilla, porque suena a cuento inventado. Pero les digo, les digo que pasó y ya ha pasado.

(-Enfermera, por favor, suelte un poco más las correas que me están asfixiando.
-Tranquilo, tranquilo. Está en buenas manos).