"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


miércoles, 22 de abril de 2009

Piedra, Papel o Tijera

Esa mañana su madre miró la taza del chocolate extrañada y le preguntó quién era esa mujer blanca, del cabello negro y las piernas largas. Él extrañado, respondió que no sabía, sabiéndolo. Sacó entonces su madre, de la mesa de noche, la baraja española. Le pidió que la partiera en tres y así lo hizo. Tres golpes sobre la torre de cartas que dictaría su suerte.

-Piel blanca, como las perlas. Cabello negro y enmarañado como su propia vida. Problemas, mijo, una mujer de las malas. Mucho cuidado.

Otra mujer de las malas, que para él habían sido todas. Pero esta era diferente, esta sí que era mala porque era puta. La había visto la noche anterior en el bar, no sabía ni su nombre ni su mote, entonces se puso a inventarlo con cuanta cosa invocara en su mente esas nalgas prominentes. Terminó por bautizarla Proserpina, como el cuadro de Rossetti, porque así era ella, a diferencia que su fruto no la ataba a ningún hombre.

Él sabía cómo era eso de las mujeres, desde pequeño empezó a conocer el vasto universo femenino. La primera que llegó, la Piedra, se le enterró ahí donde más duele y le produjo unas reacciones químicas de lo más extrañas. Los bichos en el estomago, las manos sudorosas y frías, ese temblor que le recorría cuando veía entrar a la clase esa niñita de vestido de cuadros y trenzas a lado y lado. Él ni se atrevía a decirle nada, sólo se quedaba mirándola por dos horas seguidas y en el recreo se le acercaba y le decía, con una voz apenas perceptible: ‘Hola’. La respuesta de ella siempre era la misma, volteaba su cabeza con una fuerza que hacía volar sus dos potentes trenzas a una velocidad tal que azotaban el rostro del pobre, dejándole los cachetes colorados; y no exactamente por los besos que él esperaba.

Pero ahora la historia era otra, él lo sabía. A la noche se fue al bar a jugarse su suerte, que hasta ahora era mucha en el naipe. Frotar el amuleto colgado al cuello, mirada segura al resto de jugadores, la seña a su dama de compañía. El juego estaría ganado si no fuera porque desde ese día el azar decidió ponerlo a girar en una ruleta vacilante.

Él era el As de las cartas, o el Rey, o el Tres, no había ronda que perdiera o al menos empatara. Pero algo debía suceder allí, algo que jamás había sucedido. Recordó lo que dijo su madre esa mañana. Al instante la copa que se quiebra, el cigarrillo que se apaga y el mismo juego repetido durante tres rondas consecutivas. Piel blanca, como las perlas. Cabello negro y enmarañado…’. Era ella en su baraja, la tenía allí metida mientras algún otro alquilaba su cuerpo en un cuarto de motel.

-Señores, planto aquí, algo raro traman ustedes, la mano está comprada y no a mi favor…

Tiró los billetes que había perdido y salió de la cantina con el juego todavía alistado en sus dedos. Se fue a casa. Trato de escribir, porque él era escritor, pero la musa que él esperaba quedó anclada en sudores ajenos.

Su pasión por las letras vino con la segunda, con la de Papel. Una nenita de quince años, con su aura hormonal y sus curvitas apenas definiéndose. A ella le gustaban los dulces, los poemas y las películas con finales felices. Todo era perfecto y él aprendió el oficio de ser mal poeta. La tenía en un altar, ella era ideal. Era un romance parecido a esas novelas rosa que tanto le gustaban a ella, por eso era la de Papel. Un día, el día de su primera vez, ella le enseñó cuan densas eran las nubes. Él apenas se atrevía a tocarla, por su timidez y por la belleza de ella. Cuando al fin logró rozarla lo invadió un espasmo inocentemente apresurado. ‘Debo irme, gracias por el poema, está muy bonito’, dijo ella mientras se vestía, y se marchó. Él no entendía por qué al otro día en el colegio, todas las mujeres le miraban el pantalón, alzaban las cejas y susurraban. La nenita consiguió otro príncipe para su cuento y fueron felices para siempre, él en cambio quedó con la maldición que traen las letras.

Su madre siguió leyéndole el chocolate a escondidas, le ponía estampitas en los bolsillos del pantalón, lo rezaba en las noches… Él no volvió escribir, esa mujer lo había dejado sin letras, con el puño cerrado, la tinta seca y el papel virgen. Abandonó las apuestas, comenzó a ahorrar porque había escuchado que su Proserpina era una de las putas más caras de la ciudad. Cuando tuvo lo suficiente se fue al bar.

-Doña Inés, vengo por Proserpina.

-Josefina se fue de vacaciones, mijo.

-No, no, doña Inés, Proserpina, Pro-ser-pi-na.

-¿Cuál Proserpina?, que poco sabes de putas, esa costumbre de llamarnos como sirenas es cosa de los escritores.

-Qué pena con usted, doña Inés. Yo vengo es por esa mujer, la que suena como esa canción que dice: ‘En el negro azabache de tu blonda cabellera, en el rojo escarlata de tu boca divina’.

Después de tanto dialogo y descripciones, que la dueña de las niñas no captaba, él pobre hombre la consiguió.

Piedra, papel… tijera. Eso era Proserpina. Una mujer tijera, de piernas largas y filosas. Con un sexo verdugo, asesino.

¡Qué esplendida muerte! Él se defendía con su incipiente puñal, la hería. Ella decapitándolo, cercenándolo cadenciosamente, mutilándolo. La tinta que dejó de regar en el papel la inundó a ella de versos retenidos, de palabras gangrenadas. Todos esos malos poemas quedaron dentro de ella. Mientras abajo ella lo mataba y él se defendía, arriba los labios impartían las palabras que él quería escuchar.

Piedra, papel y tijera… Después de ella no hubo más. Lo dejó eunuco. Le cortó la pluma, lo dejó sin tinta. Si bien era cierto que nunca sería de él por más de tres horas, valdría la pena serle fiel. Mujer piedra, ‘Corazón Coraza’. Mujer papel, ‘Papel Mojado’. Mujer tijera, mujer que castra, que succiona poemas; absurdo le sería pretender placer después de los incisivos espasmos de la Proserpina.

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La Pintura que acompaña este escrito es Proserpina de Dante Gabriel Rossetti.

La canción es Azabache de Julio Jaramillo.

Al final, las palabras entre comillas son dos poemas del poeta Mario Benedetti.

7 comentarios:

  1. Al estilo de Proserpina tienes una escritura filosa, sensual e incisiva, en serio, en este escrito plasmaste mucha pasión, me encantó, además que pudiste terminar el de las cartas que habias empezado hace rato, me gusta mucho la imagen de la mamá que le lee las cartas, me recuerda a Mala Noche jejeje ayer te lo dije, y me alegro mucho por el comentario de Manuel Bermúdez! Que emoción, viste? Tienes mucho talento carajo! Te felicito :P Tvb

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  2. De verdad espero que a vos nadie te corte la pluma y te deje sin tinta, sería un desperdicio!

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  3. MUY MUY MUY chévere tu escrito, es...es como todo vos.

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  4. Parce... el papel también corta como las tijeras, sólo que las heridas son más chiquitas, no matan pero arden y estorban más que puñalada... Mero peligro...

    No vuelvo a jugar piedra, papel y tijera... miento, volveré a jugar... "perder o ganar, sé que nunca me importa, lo que embruja es el riesgo".

    (Me encantó el escrito brother, jodidamente bueno)

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  5. me deja sombrado cada frase y palabra que utilizas, se reviven en la mente cada escena, es una obra de arte en pocas palabras, es único, es verdadera literatura y poesía.

    muchos exitos en tu carrera
    att: un colega de la seccional oriente

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  6. ¡Uy! Que bueno que les haya gustado muchachos, a mi Proserpina me dejó un poquito castrado tanto que no he escrito nada más, excepto un pseudo ensayo sobre Desmodernización. Un saludo para todos.

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  7. Hola, Ángel Lunático:
    Me has dejado la piel erizada y el alma arrugada en un papel.
    No sueltes el lápiz, las teclas, el papel ni la pantalla. ¡Qué bello escribes, pero mejor sientes!
    Abrazos mágicos y púrpuras.

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