'Gods of Earth and Heaven' Joel-Peter Witkin
La calle Barbacoas en el centro de Medellín tiene forma de paréntesis, un paréntesis abierto sobre un renglón eterno, la avenida Oriental. Es una puerta a una ciudad que se esconde tras la ciudad. Hay bares a lado y lado de la calle. Todos se conocen en ese lugar, todos se han visto, por eso cuando entra una cara nueva son muchos los que voltean a examinar al nuevo espécimen.
A ella la veo tras un teléfono público, de esos rojos que hay en todas las esquinas de Medellín. No tengo las agallas de acercarme, hay un brillo de recelo en sus ojos. Entonces voy a comprar un par de cigarrillos mientras se aproximan dos damitas a la misma tienda. Al escucharme hablarles dan dos pasos atrás, se excusan por no tener tiempo para una charla, la noche las espera, pero me contactan con la del teléfono.
Me presento, se presenta: Mucho gusto, Leslye*. Las pestañas recubiertas de rímel, tiene los ojos como los de María Barranco y la boquita pintada de un fucsia pálido parece la de Victoria Abril. Sería fácilmente una chica Almodóvar.
Mide sus palabras, sus maneras parecen las de esas señoritas que se colocan la servilleta en el regazo y dan tres golpecitos a la taza del té antes de sacar la cuchara. Junta sus manos de uñas largas y desmaquilladas. Su pelo es naturalmente castaño con un tinte artificialmente rubio, si la vez de frente parece un pavo real porque tiene su cabello recogido y detrás de su cabeza salen mechones disparados hacia arriba. Lleva un vestidito negro, de esos de cuello extraño que van tapando un hombro y el otro lo dejan al descubierto. Leslye tiene sus medias de colegiala, unos zapatos deportivos, el vestidito a media pierna y un caminar decidido; si no, le hubiese sido imposible llegar a Medellín donde vive hace cuatro meses en un apartamento, sola. Nació en Bogotá, se fue a buscar su pedazo de mundo a Manizales y resultó en esta urbe, que según ella es más abierta.
Dieciséis años y ya fuera de su casa. Lo que pasó fue que a Leslye le tocó jugar una doble vida: la que ella soñaba y la que ellos querían. Por lo mismo que abandonó el Ballet Folclórico dejó a su familia, “a uno le toca sacrificar algo, a mí me tocó sacrificar a mi familia para buscar la felicidad”. Ella quería usar sus vestiditos y bailar mientras su hombre le daba giros por la pista, pero su familia no, jamás aceptarían que el nene de la casa se convirtiera en mujer, y en el ballet seguiría jugando el rol de caballero.
“Claro que a uno si le gustaría aplicar todo eso que aprendió en el colegio”, ¿pero cómo?, sólo encontró dos caminos: “travesti que no está en la calle es peluquera”, lo dice segura de haber agotado muchas posibilidades. “O imagínese yo ir así a la universidad”.
Aquí no hay lugar para personas como Leslye. Sí, digo personas y recuerdo hace un tiempo que caminaba con alguien cerca a Villa Nueva, era de día y el sujeto que me acompañaba al ver a una de estas damitas paradas en una esquina dijo: “Ay no, por Dios, ¿pero qué es eso?”; a lo que respondí: Eso es una persona.
Hace veinte días que no ‘putiaba’, me cuenta Leslye, que porque estaba comprometida. Que más razón para hacerla una persona que eso tan humano de enamorarse. Pero no, el tipito la dejó, entonces ella volvió a su rutina. Se levanta, arregla el apartamento, se enfrenta al incuestionable espejo que de día le muestra una cara que sólo toma condición de rostro cuando Leslye maquilla al que no quiere en ella y lo vuelve la nenita que realmente soñó ser.
Sale entonces a la noche, con sus pasos decididos. Muchos la saludan, otros la llaman a gritos como sus compañeras nocturnas -las mismas que me la presentaron-, las que también han optado por buscar en la noche el pedazo de vida que se muere de día. Entonces entra a algún lugar, se liga a quien ella quiera. “Ellas –las otras travestis- tienen sus culazos y las tetas, pero yo tengo la juventud”, dice, y con eso se defiende, con eso obtiene lo que quiere.
Aunque no siempre es así de fácil, me dice. A veces le toca protegerse, porque no faltan los hombres que se demoran en descubrirla. Entonces las caricias de antes se vuelven agravios hasta que ella salé de la habitación buscando refugiarse de nuevo en la calle.
Los peligros aguardan en los encuentros nocturnos, aunque no se debe culpar a la noche por sus malos hijos. Las situaciones son distintas, puede que esta noche traiga grandes sorpresas pero también podrías encontrarte en la cama con la muerte. Una ruleta rusa, el que te seduce en el bar puede ser un verdugo disfrazado de cardenal, te invita a una copa, luego a otra, llegan a tu apartamento y de ahí no recuerdas nada más, sólo que la tierra ha quedado atrás.
Leslye relata, con un tono de ya haberse acostumbrado a los golpes, que a veces la policía la agrede a ella y a sus compañeras, con “ese aparato que lo electrocuta a uno, ¿cómo es que se llama eso?”, El Táser, Leslye, o Tábano que llaman; un arma que funciona con pulsos eléctricos, su uso no se permite dentro de la policía. Entonces me cuenta que a una amiga de ella si le ha tocado ‘guerriarla’ en la calle, no me dice el nombre, pero me habla de una vez que a su compañera un policía le daño el ojo con el bolillo.
Está apurada, sé que debe irse, lo último que me dice es que a veces es difícil para ellas hablar con los demás. No sólo con ‘los normales’, supongo que se refiere a los heterosexuales, sino también dentro del mismo ambiente. Hay lugares donde no se les da entrada a los transgénero, sitios de encuentro LGB que excluyen al grupo T con avisos que promulgan “Bar libre de travestis”. Seguramente Leslye irá en busca de algún nene para salvar la noche, amenizar su vida, mientras Barbacoas sigue como paréntesis abierto que aguarda tantas historias como pesares, sin más cierre que el que llega con la madrugada.
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*Nombre modificado por seguridad de la fuente.
Ángel Lunático:
ResponderEliminar¡Excelente trabajo! La sola respuesta a "¿Eso qué es?", "Es una persona", te hace merecedor a la máxima nota. Eres un periodista cojonudo pero, sobre todo, un valiosísimo ser humano.
Casos como esos hay miles. Recuerdo una vez que un alumno mío en Bellas Artes llevó a una travesti a participar en un foro. La clase de Técnicas de Comunicación era a las seis de la mañana y el salón se abarrotó de alumnos que no eran los habituales. Sólo uno de los "machos recalcitrantes" no aguantó el encuentro y se salió del aula. Bibiana, que así se llamaba el personaje invitado, cautivó a todos con la historia de su vida e hizo olvidar sus medias, su maquillaje y los prejuicios. ¡Era una persona! No un mamarracho vicioso.
Felicitaciones, Ángel. Buen futuro te espera, como profesional y como hombre.
Abrazos mágicos y púrpuras.
Genial genial genial genial. Periodismo que sin ser pretencioso logra comunicar más allá de informar, y ni que decir del estilo, me gustó mucho.
ResponderEliminarSiempre el tipo de periodista que se viste de caballero andante y busca sus historias entre la gente y no sobre ella, que toca los sentimientos, que vive los sufrimientos, que abstrae los acontecimientos... Qué buen trabajo, y concuerdo con Merlín Púrpura: Un buen futuro te espera como profesional y como hombre, sobre todo como persona...
ResponderEliminarMiles de abrazos desde la lejanía tan cercana
Una historia mas pero no menos merecedora de admiración y respeto que las demás.......
ResponderEliminarMuy muy buen post.
Saludos...!!
Ole y qué más vas a hacer...¿Historia de una lesbiana, de un gay y de un bisexual? Esta está chévere...me tenés intrigada con lo que seguirá.
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