Desprendido el patio trasero del mundo, nuestro destino estará dedicado al tedio cotidiano, a la suciedad perpetua eterno aburrimiento, o quizá a una inmortal sensación de nunca estar secos.
Estuve soñando –yo siempre lo hago-, que el patio trasero del mundo era desaparecido, y la gente ya no tenía donde extender sus trapos, entonces ya no estaba el grito en la casa de entrar las ropas cuando lloviera, del viento que sopla sobre las telas. Los niños ya no tenían paredes de lino para plasmar sus manos sucias en mariposas de diez dedos que olían a tierra y estiércol.
Estuve soñado –y a veces no paro-, que el mundo usaba siempre el mismo atuendo, sus zapatos raídos. Cuán aburrido y sucio. Y la gente ya se conocía las camisas, los amantes ya aburridos de saberse viejos atavíos, sin bragas nuevas que romper y los mismos botones que remendar después del sexo.
Y algunos con sus ropas mojadas porque no soportaban el hedor a día eterno, salían a cazar alguna gripe y terminaban arropados por sudarios reciclados. Eran tiempos de inconformes y ya nadie estaba demasiado seco sin el patio trasero del mundo.
Entonces fue cuando sucedió, que en el sueño todos se despojaron de sus vestidos y los tiraron al gran vacío que había en el mundo, sábanas empantanadas por niños traviesos y tirantes que cuajaban el gran lienzo, colocaron un cierre para que no se desbordara tanto paño y almidonaron la superficie para marcar las arrugas simulando las que antes existían. Pusieron botones donde antes solía haber jardines de flores y colgaron las cuerdas del nuevo patio trasero del mundo…
Cuando desperté –siempre hay que hacerlo-, el planeta también lo hizo, y todos iban vestidos como el día lunes es debido y yo andaba empapado buscando un sitio donde extender tanto mojado.
Alguien debería inventarle un tendedero a este mundo.
Estuve soñando –yo siempre lo hago-, que el patio trasero del mundo era desaparecido, y la gente ya no tenía donde extender sus trapos, entonces ya no estaba el grito en la casa de entrar las ropas cuando lloviera, del viento que sopla sobre las telas. Los niños ya no tenían paredes de lino para plasmar sus manos sucias en mariposas de diez dedos que olían a tierra y estiércol.
Estuve soñado –y a veces no paro-, que el mundo usaba siempre el mismo atuendo, sus zapatos raídos. Cuán aburrido y sucio. Y la gente ya se conocía las camisas, los amantes ya aburridos de saberse viejos atavíos, sin bragas nuevas que romper y los mismos botones que remendar después del sexo.
Y algunos con sus ropas mojadas porque no soportaban el hedor a día eterno, salían a cazar alguna gripe y terminaban arropados por sudarios reciclados. Eran tiempos de inconformes y ya nadie estaba demasiado seco sin el patio trasero del mundo.
Entonces fue cuando sucedió, que en el sueño todos se despojaron de sus vestidos y los tiraron al gran vacío que había en el mundo, sábanas empantanadas por niños traviesos y tirantes que cuajaban el gran lienzo, colocaron un cierre para que no se desbordara tanto paño y almidonaron la superficie para marcar las arrugas simulando las que antes existían. Pusieron botones donde antes solía haber jardines de flores y colgaron las cuerdas del nuevo patio trasero del mundo…
Cuando desperté –siempre hay que hacerlo-, el planeta también lo hizo, y todos iban vestidos como el día lunes es debido y yo andaba empapado buscando un sitio donde extender tanto mojado.
Alguien debería inventarle un tendedero a este mundo.
Postal de 1904, Tendederos en New York City
Ultimamente estás tan artesanal, tan tejedor, tan cositero, eso demuestra que tienes un artista que quiere expresarse mediante las labores de tus manos... Recuerda lo que dijo alguna vez una mujer sobre tus manos, tal vez esta apertura no es solo espiritual... Tvb
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