Caballitos de felpa con las costuras visibles en los bordes, para afilar las uñas en sus lomos cabalgantes. Un parque en París donde una loca les da arroz a las palomas. Un barco pesquero cargado de atún…
Anoche soñé que unos pececillos de plata se comían las mejores frases de los libros, pero no eran pececillos de esos que nadan en los lagos o en el mar, no, eran Lepismas saccharina, unos insectos escamosos y brillantes que han sobrevivido más de cuatrocientos millones de años merendando letras, pegamento y almidón.
Contaba pues mi sueño: los insectos nadaban en su océano erudito, recitaban las mejores citas que habré escuchado, las arrancaban de la hoja y se las engullían y de repente ya nunca más se repetían en la historia. Cuando ya no les quedó nada de su banquete de todos los libros del mundo, se acercaron arrastrando sus acorazados y lustrosos cuerpos hacia mi mesa de noche donde reposaba, ¡con espectacular portada!, el último ejemplar de toda la historia de La Condesa Sangrienta de Pizarnik.
Imaginarán ustedes el terror del sueño y el cuadro de aquellos monstruos minúsculos, con sus nano-colmillos ensangrentados y sedientos por las últimas palabras bien impresas que quedaran en el mundo onírico.
Bien fue que desperté y allí estaba mi gato, maullando por su bocado matutino y salvándome de las garras de aquellos alucinados comepapeles.
De niño siempre quise un gato, mi abuela tenía uno que nunca tuvo nombre, porque según ella un gato se llamaba como quería y nada más, jamás atendería a un mote impuesto.
La odisea de traer un felino a casa fue toda una epopeya, fue de sorpresa y asegurándome un hotel por si no me aceptaban con él en casa. Cuando lo vieron admitieron su estadía con fingido recelo. Al momento ya todos estaban en carrera por el nombre: Ángel, Miau, Champiñón, Salmón, Panzerotti… lo llamaron de todas las formas como libros se comieron los pececillos plateados, sin embargo él aún no responde, ni lo hará. La abuela tenía razón.
Quesito lo llamo, a disgusto de muchos el nombre, pero es cómodo a la hora de sacar canciones mientras preparo el desayuno.
Quesito… a Quesito le gustan las polillas que se comen la ropa, le hace compañía al monstruo en mi armario cuando no estoy, y escucha Janis Joplin. Los aviones de papel lo divierten más que los ratones de peluche y esos artilugios que se inventan más para los dueños que para los gatos.
-Queso Amargo –así también lo llamo-, esto es un avión, un avión de papel; y ese de allá arriba es uno pero de metal. Este que tengo en mi mano lo podría fabricar un niño de cuatro años y pintarle personitas; ese en el cielo no es origami y es tan complicado como la gente que los hace. Además de personitas de verdad que viajan en el maletero como polizones, en algunos casos también carga polizontes que vendrán a defender la democracia- y a falta de gesto para burlarse de mi, Quesito voltea la cabeza, mira el pájaro de alambre y gruñe.
Y por eso es que le gustan los aviones de papel al felino lácteo, y no los de metal. Y los peces: el atún, el salmón y los pececillos de plata que no son peces ni viven en el agua ni vienen enlatados.
…Una finca lechera donde las vacas lo llaman para que las ordeñe. Un móvil de aviones, grullas y barquitos de papel. Las últimas gotas de vodka olvidadas en los vasos después de una fiesta. Una Nepeta cataria germinando súbitamente por entre los rincones de la casa…
Anoche soñé que unos pececillos de plata se comían las mejores frases de los libros, pero no eran pececillos de esos que nadan en los lagos o en el mar, no, eran Lepismas saccharina, unos insectos escamosos y brillantes que han sobrevivido más de cuatrocientos millones de años merendando letras, pegamento y almidón.
Contaba pues mi sueño: los insectos nadaban en su océano erudito, recitaban las mejores citas que habré escuchado, las arrancaban de la hoja y se las engullían y de repente ya nunca más se repetían en la historia. Cuando ya no les quedó nada de su banquete de todos los libros del mundo, se acercaron arrastrando sus acorazados y lustrosos cuerpos hacia mi mesa de noche donde reposaba, ¡con espectacular portada!, el último ejemplar de toda la historia de La Condesa Sangrienta de Pizarnik.
Imaginarán ustedes el terror del sueño y el cuadro de aquellos monstruos minúsculos, con sus nano-colmillos ensangrentados y sedientos por las últimas palabras bien impresas que quedaran en el mundo onírico.
Bien fue que desperté y allí estaba mi gato, maullando por su bocado matutino y salvándome de las garras de aquellos alucinados comepapeles.
De niño siempre quise un gato, mi abuela tenía uno que nunca tuvo nombre, porque según ella un gato se llamaba como quería y nada más, jamás atendería a un mote impuesto.
La odisea de traer un felino a casa fue toda una epopeya, fue de sorpresa y asegurándome un hotel por si no me aceptaban con él en casa. Cuando lo vieron admitieron su estadía con fingido recelo. Al momento ya todos estaban en carrera por el nombre: Ángel, Miau, Champiñón, Salmón, Panzerotti… lo llamaron de todas las formas como libros se comieron los pececillos plateados, sin embargo él aún no responde, ni lo hará. La abuela tenía razón.
Quesito lo llamo, a disgusto de muchos el nombre, pero es cómodo a la hora de sacar canciones mientras preparo el desayuno.
Quesito… a Quesito le gustan las polillas que se comen la ropa, le hace compañía al monstruo en mi armario cuando no estoy, y escucha Janis Joplin. Los aviones de papel lo divierten más que los ratones de peluche y esos artilugios que se inventan más para los dueños que para los gatos.
-Queso Amargo –así también lo llamo-, esto es un avión, un avión de papel; y ese de allá arriba es uno pero de metal. Este que tengo en mi mano lo podría fabricar un niño de cuatro años y pintarle personitas; ese en el cielo no es origami y es tan complicado como la gente que los hace. Además de personitas de verdad que viajan en el maletero como polizones, en algunos casos también carga polizontes que vendrán a defender la democracia- y a falta de gesto para burlarse de mi, Quesito voltea la cabeza, mira el pájaro de alambre y gruñe.
Y por eso es que le gustan los aviones de papel al felino lácteo, y no los de metal. Y los peces: el atún, el salmón y los pececillos de plata que no son peces ni viven en el agua ni vienen enlatados.
…Una finca lechera donde las vacas lo llaman para que las ordeñe. Un móvil de aviones, grullas y barquitos de papel. Las últimas gotas de vodka olvidadas en los vasos después de una fiesta. Una Nepeta cataria germinando súbitamente por entre los rincones de la casa…
Creo que con eso sueña mi gato, y con peces también yo.
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Cuento Cósmico para Gatos Lunáticos:
¡Qué hermoso! Ahh Quesito ha dado con un buen amo y creo que ahora está mas malcriado de lo que podría estar, menos mal todos esos cuidados te los agradece espantando a los monstruos de tu armario y comiendose a los pecesillos que acechan las letras de tus libros favoritos, tvb
ResponderEliminarParce está muy genial, yo quiero desesperadamente un gato, le pondría John Herbert Dillinger... pero eso ya lo sabías.
ResponderEliminarAhora, intenté aguantarme pero debo decirlo, ¡lo de "las últimas gotas de vodka olvidadas en los vasos después de una fiesta"! Güevón... no volvás alcohólico al gato, y menos al vodka. Recuerde que este es queso y no tomate.
¡Ve! ¿Las canciones son como la de ET que quería tomar tetero? Jajaja.
Un abrazo, tengo envidia de que vos tengás gato y yo no...
vaya que es genial ese gato, tan simple y mucho mas completo que tantos. a lo menos tiene quien le escriba bien y claro, quien le tire a tiempo sus pájaros de papel.
ResponderEliminara tu salud y a la de tu gato!