Mercedes, su nombre es Mercedes y es actriz, pero no actriz porque sí, sino de teatro. Mercedes tiene un gato llamado Delilah, y sí, le puso así por Freddie Mercury. Mercedes ya alcanzó los cuarenta, no tiene hijos ni esposo, dejó a su último novio porque sólo le regalaba rosas y olvidaba fácilmente el nombre de su gato: Delilah, Delilah, oh my, oh my, oh my.
Mercedes mueve los labios como si hablara en silencio, lo hace mirando su reflejo en la ventana del metro y lo que dice lo sé, es el guión de su siguiente obra, su primer monólogo.
Mercedes piensa que es demasiado alta para su nacionalidad, tiene porte de señora inglesa, pero a diferencia de esta no toma el té ni cruza las piernas mientras orina.
Mercedes tiene el cabello negro y la piel muy clara, unas cuantas arrugas en la frente revelan que todo le sorprende.
Mercedes va al cine tres veces al mes, no come popcorn porque le deshace el nudo en la garganta cuando le da por llorar en las escenas dramáticas. Nunca ve una película completa, abandona la sala antes del final para dedicar el resto de día en desenredar la trama a su antojo; así se deshace de los debate políticos y religiosos.
Mercedes, imagino tu llegada a casa: abres la puerta y al primer paso tu chaqueta vuela, tus tacones por los rincones, tu pantalón sobre la tele, tu ropa interior servida en el comedor y finalmente caes con todo tu día, escurrida y desnuda sobre el sofá de cuadros, con una botella de vodka entre las piernas. Luego riegas la matera donde hace un tiempo sembraste una semilla y aún esperas que florezca. Lavas los platos con la radio encendida hostigando a los vecinos. Tomas un baño con la puerta abierta y los ojos cerrados, imaginando que algún muchacho se inmiscuye en tu apartamento y te observa. En la mañana, frente al ascensor, le guiñas el ojo al del cuatrocientos dos para que piense en ti mientras se coge a su novia.
Mercedes abandona el vagón en la misma estación en que yo lo hago y se mezcla entre la gente pero aún sobre sale. Ya en la calle la veo alzar su mano, tomar un taxi que la llevará a su verdadero destino de posibles hijos, esposo y perro, de ingeniera administrativa o secretaria ocho a seis, de guardería, entrega de notas y visitas al psicólogo, de piernas cerradas en su sofá a rayas, de ‘no andes desnuda por toda la casa’, de visitas y señoras muy formales que llegan puntuales a tomar el té.
Mercedes, y junto a mí su nombre y la vida que le he inventado.
Mercedes mueve los labios como si hablara en silencio, lo hace mirando su reflejo en la ventana del metro y lo que dice lo sé, es el guión de su siguiente obra, su primer monólogo.
Mercedes piensa que es demasiado alta para su nacionalidad, tiene porte de señora inglesa, pero a diferencia de esta no toma el té ni cruza las piernas mientras orina.
Mercedes tiene el cabello negro y la piel muy clara, unas cuantas arrugas en la frente revelan que todo le sorprende.
Mercedes va al cine tres veces al mes, no come popcorn porque le deshace el nudo en la garganta cuando le da por llorar en las escenas dramáticas. Nunca ve una película completa, abandona la sala antes del final para dedicar el resto de día en desenredar la trama a su antojo; así se deshace de los debate políticos y religiosos.
Mercedes, imagino tu llegada a casa: abres la puerta y al primer paso tu chaqueta vuela, tus tacones por los rincones, tu pantalón sobre la tele, tu ropa interior servida en el comedor y finalmente caes con todo tu día, escurrida y desnuda sobre el sofá de cuadros, con una botella de vodka entre las piernas. Luego riegas la matera donde hace un tiempo sembraste una semilla y aún esperas que florezca. Lavas los platos con la radio encendida hostigando a los vecinos. Tomas un baño con la puerta abierta y los ojos cerrados, imaginando que algún muchacho se inmiscuye en tu apartamento y te observa. En la mañana, frente al ascensor, le guiñas el ojo al del cuatrocientos dos para que piense en ti mientras se coge a su novia.
Mercedes abandona el vagón en la misma estación en que yo lo hago y se mezcla entre la gente pero aún sobre sale. Ya en la calle la veo alzar su mano, tomar un taxi que la llevará a su verdadero destino de posibles hijos, esposo y perro, de ingeniera administrativa o secretaria ocho a seis, de guardería, entrega de notas y visitas al psicólogo, de piernas cerradas en su sofá a rayas, de ‘no andes desnuda por toda la casa’, de visitas y señoras muy formales que llegan puntuales a tomar el té.
Mercedes, y junto a mí su nombre y la vida que le he inventado.
Es fascinante imaginar la vida que hay detrás de un rostro desconocido... Cuántas veces no habremos acertado en nuestras conjeturas? Jaja las cosas del destino, tvb
ResponderEliminarEso de soñar vidas es muy divertido, parir ciudades enteras. Habitante por habitante.
ResponderEliminarCierta persona juega a adivinarle el número de polvos a la gente en los buses. Dice ser buena en tal deporte.
Un abrazo Brother, y dejá de leerle Pizarnik al gato.
Desde hace un tiempo he venido descubriendo que esto de escribir te permite construir mundos mágicos y diferentes, y me parece que la creatividad es el gran poder que se tiene al escribir.
ResponderEliminarFue un bonito ejercicio, gracias por compartirlo con todos nosotros.
Un abrazo
Parce, que chimba de escrito
ResponderEliminarpero ya deja de aplicar el "periodismo especulativo"
jajaja
Un Abrazo!!