"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


viernes, 26 de diciembre de 2008

EL PRIMER DÍA DE MI MUERTE

“Porque el que vive más de una vida
debe morir más de una muerte" Oscar Wilde.



Un insecto susurrándome al oído, insoportable es el ruido del despertador que parpadea en la mesa de noche. Despierto. Abro los ojos. Estoy recostado en la cama, como de costumbre. El reloj marca con números de titular de prensa: 3:00 a.m.

La habitación a oscuras. La espalda resentida del sueño que pesa por horas. Me estiro un poco y mi rezo matutino: Costumbre, deberías habituarte a morir. Rutina suicídate, suicídate día tras día, hoy, mañana y tras pasado mañana, que en los meses venideros tu ausencia se note.

Los pies en el suelo, hoy no se siente tanto frio. Un cuchillo cae de entre las sabanas pero no reparo en este detalle. Salgo de casa fijándome apenas en mi apariencia. Camino con el afán de llegar a algún lugar. No recuerdo a donde voy, mi reloj de pulso muestra aun las 3:00 a.m. Pero no hay tiempo para detalles, aseguro que he de cambiarlo. Aun hace oscuridad, brumosa esta la calle. Aceras, postes, publicidad, gente, gente, gente. Tantos personajes y apenas se acaba la noche. La gente debe de estar abandonando su condición diurna.

El parque será un buen lugar para recibir el día. Me siento en una banca, hay un libro a mi lado, una mujer al otro diciéndome:

-Mira- señala a una pareja en la fuente del parque-, tanta felicidad en dos personas, en un sólo lugar, en tan pocas baldosas. ¿Cómo es posible?… Hay traición en sus ojos. Hace demasiado frio ¿no crees? Es extraño. Te quedas mirándolos y hasta te sonríes sin entender por qué, como si quisieras arrancarles un pedazo de alegría. Quizá ahora me acerque cuando se alejen y busque algún gozo en aquel lugar, debieron dejar un poco allí. Nunca se sabe cómo te llega la dicha, la encontraré tirada en algún sitio ¿O me vendrá sellada en membrete por correo? Nunca sabes cuándo te llega, o cuando se escapa.

En sus manos sostiene los retratos ensangrentados de hombres distintos. No presto suficiente atención, mi ánimo no está para pequeñeces.

La mujer me ha mirado con lastima, ahora se levanta y se marcha. Que patético, con lagrimas en los ojos me acerco donde antes estaban los novios pero no hay nada diferente en aquel sitio. Tres golpecitos al reloj en mi mano pero solo gira el segundero, todavía anuncia: 3:00 a.m.

La madrugada pesa en esta ciudad si no la acompañas con un café. Il Cantuccio huele a semillas secas, pido un café amargo pero apenas tiene sabor, como esta mañana. El lugar está sólo, pero afuera deambulan personajes extraños. Aún no amanece. El hombre que me atiende se acerca con palabras decididas a ser escuchadas:

-El deseo se me despierta a cada instante, de noche y de día. Es insoportable cuando se tiene tanta oscuridad aferrada al cuerpo, cuando la muerte se te trepa al cuello y no se decide a asestar su golpe. Es realmente tormentoso y triste. Es difícil pensar claro cuando se apresura esa mujer hacia ti, aun cuando hace años la tengo pegada a mis talones, soplándome la cara y jodiéndome las entrañas. Solamente espero que al fin propine su puñalada. ¿Que esperará pues la muerte? ¿Que pretende esa señora conmigo? Mientras a mi espalda se mueve excitada la vida, los muchachos, los libros que no leí, los guiones que no aprendí…

El café se ha puesto frio, el hombre se abalanza sobre mí y me abraza. Dos manchas se notan en su cuello. El vaso que cae de la mesa, como un presagio, pero no es día para reparar en aquellos pequeños melodramas.

El metro pasa por el centro de la avenida principal, es extraño, no hay autos en la calle. A la entrada del vagón número trece una mujer me invita a entrar. Tiene la piel amarilla, pienso que se asemeja al color de los ojos del gato que se cuela por el tejado de mi casa y me lleva ratones mutilados. Esta mujer algo raro tiene, una tristeza antigua y reprimida, se le desbordan las lágrimas al decir:

-Nadie lo sabe, sólo yo… Y ahora tu. El padre zapatero, tan allegado a la familia él. Promete el cielo verdadero, toma su escapulario, lo relame. Impávida quedo ante sus rezos, sus sollozos. Las gracias de dios que él repite mientras la cruz repasa todo mi cuerpo hasta llegar a mi cuello. Su aliento tibio en mi rostro, retozando como una bestia. Es la gracia de dios la que me congela, es la divinidad la que le permite acechar mi cuerpo virgen, violentarlo. Cuando obtiene lo suyo con un Padre Nuestro se redime, con un Ave María me exime de mi pecado, con la bendición compra mi silencio a cambio de sus amenazas de fuego eterno y miseria perpetua. Pero calla, que es un secreto.

Se ha hecho tarde, aun son las 3:00 a.m. en el reloj, pero sé que se ha hecho tarde. Abandono el tren, la mujer apenas susurra un adiós. Una niña que corre tras un balón, el camión que se acerca por la carretera, un grito silencioso, un chillido insoportable de llantas, los parpados se me cierran ante el terror. Al abrirlos hay risas, un jolgorio frente a mí. Vuelvo a casa, la mañana no está para cuestionamientos.

La extraña jornada no podía terminar de otra manera. Mi madre que llora en su cuarto, mi padre que la consuela. La puerta cerrada, mí llamado sin respuesta. Me acerco a mi habitación. No es un día cualquiera, me digo.

El cuchillo ensangrentado en el piso, el gato callejero que relame la sangre que se derrama de la sabana carmín sobre la que descanso yo. Un beso en la frente a mi cadáver, el gato que se acaricia contra él.

Todo es más claro ahora: El reloj que marca las dos de la madrugada, la caminata nocturna hacia la cocina, el cuchillo resbalando de su sitio hasta mi mano. Devuelta a la habitación, sobre mi lecho tibio el gato se desprende del techo y cae a mi lado. Los dientes filosos del metal que recortan mis venas, el calor del líquido vaciándome. El sopor de la muerte, el ronroneo felino en el oído remplazado después por un silbido insoportable de cigarra. Para cuando el reloj marque las tres estaré derramado sobre esta ciudad. Despertaré sin sobresaltarme al encontrar la monotonía olvidada del primer día de mi muerte repitiéndose, repitiéndose, repitiéndose... Una rutina suicida que de costumbre ha tomado la de matarme día tras día.


“Das ist absurd! Das ist absurd!”
-¡Es absurdo!... ¡Esto es absurdo!-
Últimas palabras de Sigmund Freud.

5 comentarios:

  1. Tiene fragmentos de muchas cosas vividas, hay cosas que me recuerdan otras (El cuchillo bajo las cobijas -Jess-, El piso ya no es tan frio -Un poema en el sombrero-, etc) Jaja que bonito encontrar esas congruencias con experiencias vividas =) Excelente escrito, mejor de lo que me mostraste la primera vez, me encantó que le hayas agregado la ultima historia del cura (De casualidad le podrías poner al cura el nombre de cof cof Victor Velasquez cof cof xD)

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  2. jajaja O el apellido Builes no le quedaría para nada mal ... O un Ordoñez jajaja...

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  3. Jaja la idea es hacer apología a un personaje, no a toda la inquisición xD

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  4. De nuevo...apoyo a Lucas con su comentario

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