"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


sábado, 28 de febrero de 2009

La vida bandoneón: Sesión de tres Tangos, un Bolero.

°oO A Ángela Berdugo Oo°

Esta mujer es una contradicción. Todo en ella se contradice a excepción de sus curvas. Su nombre es una confrontación titular para su vida. Como se llama me suena a celeste, pero su apellido tiene filo y huele a tortura; no diré más.

Todos los domingos lava su ropa, su alma; extiende sus prendas para que destilen tanto negro. Las deja allí hasta el lunes, entretanto se deprime por las jornadas venideras, tan iguales y recorridas; un futuro ya previsto.

Lo que nadie sabe es que ella oculta algo… no se preocupe, no es mujer pantera ni feminista radical. A ella lo que le pasa es que tiene una pena, de esas comunes pero que a nadie le faltan. Que no la molesten ni le atormenten su pena, no le perturben su soledad, a ella no le interesa el mundo, sólo le importan su condena y el amor de su herida.

Llega el lunes y esta mujer guarda la depresión en el cajón de prendas dominicales. Recoge su alma ya agrisada, se la pone y comienza a tomar ron para calentar la voz –ella canta en un bar-. Se pasa todo el día fermentando sus entrañas.

Cuando ya van siendo las siete de la noche se coloca una gabardina y sale. Entre taconeos y tambaleos camina al Centro y entra al bar. Lo siguiente en la lista de cosas por hacer: El maquillaje –que no se le borre la sonrisa-, un vestido que contraste con lo que lleva dentro, unos tacones más altos…

‘Canta, garganta con arena, tu voz tiene la pena que Malena no cantó (…) Canta, la gente está aplaudiendo, aunque te estés muriendo no conocen tu dolor’, tararea mientras se alista para fingir que finge sus dramas.

Si llegan a ver a esta mujer alguna vez, creerán que está tallada en mármol y que no le duele un hueso. Tiene los ojos raros, se ve que quien la hizo fue minucioso, tanto que hasta le incrustó un girasol en el iris. Son tristes, pesados, malditamente hermosos eso ojos.

Ella canta, canta muy fuerte para espantar fantasmas. Y el girasol en sus lunas revive.

“Tal vez allá, en la infancia, su voz de alondra,tomó ese tono oscuro de callejón; o acaso aquel romance que sólo nombracuando se pone triste con el alcohol... Malena canta el tango con voz de sombra; Malena tiene pena de bandoneón”

Ella entiende eso que dice Benedetti, que la vida es un bandoneón. A uno lo suprimen, lo reprimen, lo comprimen, lo exprimen, lo oprimen… lo tocan a su antojo, le sacan gemidos, quejidos y al final lo meten al estuche.

Sobre las tablas, ella desviste su llanto en el canto, pero nadie lo nota. Quiere ser actriz y se le hace muy fácil.

‘Rara como encendida, te vi bebiendo linda y fatal. Bebías y en el fragor del chapan loca reías por no llorar’, y es ella la que se va quedando mareada con las copitas de vodka y juguito de limón, en el bar. Por el sofoco del humo de cigarrillo, las luces del escenario y los suspiros mojados de los borrachos. Su pena late como el bandoneón. La percusión le golpea la mirada, al menos las lágrimas se confunden con el sudor. El saxo la llena de recuerdos de noches de tacto en tacto.

°oOo°

‘Yo sé que es imposible nuestro amor, porque el destino manda. Y tú sabrás un día perdonar, esta verdad amarga’. Su amor, el verdugo de su apellido, se le fue cantando un bolero, ¡tremenda traición!, si lo de ella era el tango.

‘Cada cual tiene su pena, y nosotros las tenemos. Esta noche beberemos porque ya no volveremos a vernos más’. Y ella bebe y bebe, canta y canta. Vuelve a casa con los tangos acumulados en su alma que comienza a oscurecer. Tanto tango que canta esta mujer para que su nenita se le fuera con un bolero.
_____________________________________________

Los tangos que conforman este escrito son: Garganta con arena – Cacho Castañeda. Malena – Homero Manzi. Los Mareados – Enrique Cadícamo.

El bolero: Verdad Amarga, la versión de Trío Los Panchos y Maria Marta Serra Lima.

El poema de Mario Benedetti: Bandoneón.

viernes, 27 de febrero de 2009

Declaración de Renta

Si me viese obligado a declarar renta, a rendir cuentas de cada cosa que poseo, me gustaría hacerlo ante vos.

¡Ay amor!, que me quedará por ofrecerte.

Si te sirven mis gatos inventados y todos negro azulados.

Tengo esas palabras que te creo, infantiles aún.

Tengo ese espacio infinito que te pinto a tu espalda, con pinceles invisibles para que no te des cuenta.

Tengo un Ángel encerrado en las líneas de un libro inconcluso.

Me sobran los sueños, los planes.

También me sobran tristezas, soy rico en melancolía.

Me falta, siempre me falta, algo de ti.

Tengo verdades de mentira.

Una luz oscura y una penumbra a medias.

Tengo paréntesis, muchos y de todos los tamaños, para que los llenes.

Me robo un poco de tu pasado para tener más tiempo, mientras te invento el futuro.

Una cuenta de ahorros con saldo en cero y mi alcancía con monedas de veinte pesos.

Tengo bufandas, saquitos y boinas.

Tengo estrellas, canciones, poemas.

Cargo versos hasta en mi billetera para llenar vacios.

Benedetti, Pizarnik y Neruda.

Un saldo que pagarle a Cortázar, que ya me ha mandado a cobrar.

Me faltan libros por leer, películas por ver, guiones que aprender.

Leer cada año a Franco y prender una vela cada día.

Te regalo tardes de lluvia, de tres orgasmos, de amor visceral.

Y por último me queda la certeza de si me dejas aquí, me dejas todo humano, como nunca me hubiera descubierto antes...

domingo, 22 de febrero de 2009

Paréntesis

Quiero abrir un paréntesis: ‘(’,
Y dejarlo así, abierto, sin nada en él mas el vacío.

Será cuestión de quien quiera llenarlo.

Un problema que le dejo a la humanidad,
Un hueco más por tapar.

Que cierre este paréntesis quien tenga lo suficiente para colmarlo.

sábado, 14 de febrero de 2009

Estados de Ánimo en día de San Valentín

Me permitiré ser patético:

“Hoy es un día festivo inventado por las compañías de tarjetas para hacer que la gente se sienta como basura”[1]. Tengo cosas que calcular en un día como hoy: Deberé marcar tu ausencia como un negativo, el día gris se suma a mi alegría, para volver a restarle con la pesadilla que me ha puesto la jornada a un solo color, rutina.

El celular vibrando en la mesa de noche, tu nombre en la pantalla, tu voz en la línea y yo aquí muriéndome porque te me habías ido en sueños. ¿Por qué te fuiste amor?, te fuiste con otro rostro que no era el mío, ya no tenías mis gatos, ni mis gestos –palabras infantiles-, ni mi Ángel era tuyo; los habías desechado.

Al menos me despertaste -como Miguel Ángel despierta a Angelita [2]-, me llamaste para aplacar esa absurda pesadilla, que era peor que si todos los teléfonos de Cali se quedaran mudos y Angelita no pudiera despertar nunca más.

Pero tú si me despertaste… entonces del terror pasé al consuelo de tu voz. ‘Feliz San Valentín’, dijiste; y yo que revivía por dentro. Pero me volví a morir -porque uno siempre se está muriendo- me volví a morir cuando colgaste y supe que no te vería por hoy.

El libro en la mesita, la película que dejé a medias anoche –a media noche-, fueron mi consuelo. Tres invitaciones amistosas rechazadas, y el día insistía en volverse negro.

Luego sobrevino la lluvia.

Llegó mi bendición, pensé.

El concierto comienza a acallar está ciudad. Cuando llueve parece que cayeran pinceles desde arriba, porque todo se va apaciguando, como plasmado en un cuadro. Y todo es tan quieto. Las hojas no se mueven del suelo, los pájaros dejan su berrinche, la gente como que se calma también. Todo en su punto, todo en su mundo. Cada uno es un ser y a la vez somos todos uno mismo, por eso me conforta la lluvia. A pesar de que estés por allá, lejos, el agua nos conduce. Entonces sé que lo que me moja también sos vos.

Cuando llueve todo es estático, pero tan fértil. Lo más estridente son esos goterones que caen de los aleros de los techos y los chorros de los bajantes de las casas. El chapoteo que uno da en los charcos. Entonces uno siente como las botas del pantalón se humedecen y eso me hace más feliz.

La luz es perfecta cuando el cielo es gris, tampoco hay estridencia en los colores, no hay brillo, como si la lluvia fuera desnudándolo todo, quitando cualquier adorno para que no perturbe la belleza, que la deje sencilla, como me gusta.

Mi sombrilla ha perdido utilidad, menos mal, porque me pondría de mal humor no emparamarme. Y digo que ya no es útil porque está llena de huecos que le he hecho con los cigarrillos, porque no me gusta que se encierre el humo, me gusta que fluya. Prefiero empapado pero no ahogado.

Las suelas de los zapatos se van limpiando y no se ven tan mal, pienso yo. El calzado es lo más patético de la ropa, por más arreglado que se esté, ellos siempre dañan la pinta con su suela mugrienta. Toda prenda de vestir es patética en sí, pues no cumple mayores funciones, estorba demasiado - como si ya no bastara con la piel que harto nos separa-, pero los zapatos lo son mucho más.

No hay chismes porque las señoras se han entrado a sus casas, los borrachos están calmados, no hay ni balas ni ladrones… Mierda, pero pienso en los perros callejeros y eso me pone mal, y se me daña el día al recordar que sigues lejos a pesar de la lluvia.

Vuelvo a casa porque el aguacero ya es pasado. Tin tin tin, apenas suenan las ultimas goteras, y la gente otra vez sale de sus tumbas. Tin tin tin, y me miran raro por mi inútil paraguas y mis botas empapadas. Y es que no saben lo feliz que me hace todo esto. Tin tin tin, y el sonido me recuerda “al tintinear de las últimas góticas de sus orines” [3]. Tin… tin… tin... y lo triste que es mojarse con tu ausencia.
________________________________________________

Disculpen los errores que pueda tener este texto, pero lo he escrito con todas las ideas y sentimientos agolpados.

[1] Es una frase de la película Eternal Sunshine of the Spotless Mind.

[2] Angelita y Miguel Ángel son dos personajes del libro Angelitos Empantanados de Andrés Caicedo.

[3] Fragmento del poema Los Sonidos del Amor de Cristina Toro.

domingo, 8 de febrero de 2009

Retrato de una obsesión:

… Acabé con todos y yo era el último…

Hoy es sábado y vos te moriste anoche. Pensaste que por ser viernes nadie iba a notar tu ausencia; pero yo sí. Razón principal: haberte seguido por los laberintos de esta absurda ciudad sin que advirtieras mi presencia. A veinte metros de ti estaba siempre yo. A sólo diez pasos estuve de salvarte la vida; pero no lo hice.

Ayer además de morirte me viste por segunda vez, por penúltima vez. Y digo penúltima porque te buscaré hoy también, tras escribir esto. Hoy me verás por última vez, por siempre, vas a ver. Terminaré de escribir, si la vida me lo permite, si el destino se queda quieto y el universo no mueve sus hilos para adelantar mi muerte ante mi propósito de concluir este texto.

Menos mal te mataste, ya no podía con tanto muerto que me cargué a tu salud. Cada amante que tenías, cada pretendiente que aparecía era un nombre más en mi lista, un saldo sumado a mi cuenta. A todos ellos los dejaste sin aliento, a lo que yo ayude un poco.

No soportaba que te vieran, que te desearan, que te ultrajaran con sus vistazos. Don Roberto el de la tienda tenía un cajón lleno de poemas para ti y la primera moneda que le diste, la misma que termino hundida en su garganta, obstruyéndole el aire como cuando tú le saludabas. Tu primer novio, Javier, no sabes cuánto te quería, aún guardaba la sábana manchada por tu virgen humedad, manchada después por la sangre destilada de su cuello. Francisco, el cura, a él también lo maté yo, lo encontré con su miembro erguido y la foto que te tomaron en tu primera comunión, lo hallaron ahorcado con sus calzoncillos y pensaron que había sido obra del demonio. Demonio mi deseo de vos, mi obsesión de protegerte de ellos que vulneraban tu belleza con sus miradas lascivas y lujuriosas.

Cuando llegue esta noche a donde debes estar, seguro tendré que saldar con todos mis difuntos, con todos mis fantasmas, con tus aspirantes. Allá, como acá, hay que realizar los trámites correspondientes. Pero no te preocupes, preciosa, sabré arreglarlo todo para nuestro encuentro, el tercero, el último, vas a ver. No dudo que remataré a los que murieron por ti, que deben estar haciendo fila a tu puerta.

Fue hace tres meses. Tres meses, dos días, diez horas, trece minutos y catorce… quince… dieciséis segundos, que te conocí. Estabas allí parada en la estación del metro, en la plataforma de enfrente. Nos separaban dos carriles que apuntaban a direcciones distintas.

Yo te vi y tú también me viste, por primera vez. Nos miramos por nueve segundos, los conté porque me pareció increíble que te fijaras en alguien como yo, tan común, tan corriente. Me miraste con toda tu belleza, con esos ojos que me vieron anoche también, tan claros, tan azules y tan tuyos. Justo en el segundo ocho el tren entró a la estación, para el noveno segundo ya tu imagen era borrosa por los vagones.

El miedo que sobrevino tras perder tu rostro fue insoportable. Tus facciones eran incoherentes en mi mente. Debía armar tu cara de nuevo. Corrí para alcanzar el tren, para ir en tu dirección y así incluirme en tu futuro. Llegué tarde, el tren despegó cuando pisé el último escalón del rellano.

Una noche de fría luna y clima pálido te encontré en un bar. Sabía que eras tú porque tus manos son inconfundibles. Alguien más estaba contigo y me vedaba tu rostro, pero eras tú. Moví un poco mi cuerpo para hallarte pero te volviste a atender a otro tras de ti. Te seguí cuando fuiste al baño, todo me ocultaba tu rostro. Digo que eras tú porque te vi de perfil por el espejo del baño de mujeres esa noche. Te esperé allí, alguien dijo mi nombre y cuando volteé a atender el llamado tú saliste del bar, nadie me había llamado. Salí y efectivamente esa era tu espalda, esas tus caderas. Con sigilo te seguí hasta tu casa.

Que me llamen delirante o paranoico, pero fue entonces que comprendí que el universo tejía una gran conspiración de la que sólo me enteré por ciertos errores que cometió. Tanto esconderte, tanto inhibirme tus ojos hasta que me revelé y te seguí. Y no me pesa haberte perseguido porque al fin serías mía, a mi manera.

Y así pasaron estos meses. No quería perderme de tu rostro, de tu andar, ahora que te había descubierto. Te quería para mí y para nadie más. Sabía tus lugares comunes, eran previsibles ya tus movimientos, hasta tus sentimientos los precisé. Lo siento por la soledad en que te sumí al prohibir a otros de ti. Sé que no la soportaste, pero es que ellos no te merecían. Estabas destinada a mí, destinada a que tu belleza estuviese en un cofrecito, a ser liberada de este mundo que no te correspondía. Y lo logré, lo lograste y pronto estaremos juntos, solos, sin intrusos. Te hice mía, le gané la partida al universo.

Que hermosa estabas anoche, esa palidez, tus pómulos asentados por el sopor moribundo, por tu soledad y la sobredosis de pastillas que has tomado. Y la vida que se te iba y yo te veía por la ventana, y tu llorabas y te me hacías más hermosa, cada vez más mía, menos de ellos. Cuando los ojos se te fueron cerrando y te recorrió un temblor, abrí la ventana, entré con cuidado de no sobresaltarte para que tu último suspiro fuese fotografía de tu belleza quieta, sin que un retozo imprevisto perturbara tu semblante de muerte.

Tus ojos eran dos lunas menguadas, apenas me miraste, apenas alcanzaste a preguntarte por este rostro extraño. Ahí fue que toque tus labios, ahí fue que me dedicaste tu aliento final.

Ya voy amor mío, estas letras se acaban, el veneno en mis venas hace efecto. La modorra moribunda, la convulsión en mis músculos anuncia la partida de este mundo, la bienvenida al otro.

Te dedico el esfuerzo que concluye mi existir. Los diez pasos que no te salvaron son los que me acercan a tu cuerpo inerte en tu propia cama donde ayer has muerto, el mismo cuerpo que he contemplado hoy todo el día y me dispongo a acompañar. Aquí muero, aquí espero a tu lado que la muerte aseste el golpe final, el que me llevará a nuestro último encuentro, el eterno. Aquí va tu último amante, el infractor restante de tu eterna belleza, el punto final de la lista de muertos que cuentan a mi favor.

domingo, 1 de febrero de 2009

Romance Sideral

Otro Cuento Cósmico
°oOoOo°


No recuerdo cual era tu nombre, pero estoy seguro que no era Rumpelstiltskin.

Anoche me la pasé en vela, a la espera de una estrella fugaz. Pasó una que cargué con mis deseos, pero a los segundos sentí el ruido del motor, era un avión. El grito de los insectos era insoportable, me reclamaban el pedazo de pasto que les robaba, sobre el que estaba recostado; también añoraban mi cadáver, y yo me estaba muriendo de realidad, desangrándome.

El firmamento estaba pesado, repleto de punticos brillantes, tanto que pensé que ya era de día y yo aún vivo. Pero solo un punto capto mi atención… y estabas tú.

Un astro parpadeando en lo alto, te imaginé allí sentado, un selenita ciclope guiñándome su único ojo. Y yo acá desangrándome entre tanta mierda, y vos allá congelándote entre tanto polvo cósmico. Y me mirabas desde esa estrella y me decías algo que desde mi lontananza no escuchaba.

Te acercaste un poco más a mi mundo y te asustaste por las bombas que sonaban al oriente, por la sangre y la gangrena del África olvidada –que desde el espacio sí se ve-, pegaste un grito cuando viste quitar a los pobres para hacer cruces y hostias, cuando escuchaste el llanto de un niño que nacía en el instante que caía a esta tierra; dijiste que en tu mundo las cosas era muy distintas.

Ahí si fue que repetiste tu nombre, que aún no lo recuerdo. Me invitaste a tu estrella, me dijiste que dejara todo eso atrás, que la parara con este mundo. Pero yo estaba demasiado cargado: por eso de la gravedad, por eso de la humanidad y por eso del alma que sí pesa.

Y yo seguía vaciándome y era cada vez más de plomo, más pegado a esta tierra. Al fin te decidiste a bajar del todo, en puntillas por una montaña muy alta, mirando a lado y lado; no fuera y te descalabrara esta realidad.

Te dije mi nombre, volviste a repetir el tuyo, que aun no lo recuerdo. Lo pronunciabas con algo más que tus labios, por eso yo no puedo nombrarlo.

Me viste todo rojo y me preguntaste que era eso que brotaba de mi cuerpo. Sangre dije, realidad. La probaste e hiciste cara de pimienta, me dijiste que tanto amargo te haría daño al corazón. Y yo que pensaba que los del espacio no tenían de esas vainas que tiene uno por dentro, y yo que pensaba que la sangre era buena para el corazón. Y llegás vos y me decís que te hace mal, que te sabe a amargo, que tanto amargo no es bueno para uno y que en la tierra estamos llenos de mierda. Pero no fue mi sangre lo que te supo así, te dije que me estaba vaciando de realidad.

Me contaste que allá, al otro lado del ozono, no eran como aquí, que todo era más… ¿Fluido, dijiste?... Bueno, el caso es que a mí esa palabra me sonó a otra cosa y ahí sí fue que te pregunté cómo era el sexo en Venus, o en un anillo de Saturno. ¿En Urano lo harían enojados?, porque a mí me suena a huraño. Y en Plutón sí que congelados deben estar.

Ya yo estaba pálido y a vos como que te gustó mi color, porque me miraste y con esos labios tuyos de otra parte me besaste. Ahí si quedé desparramado. Tomaste mi cara entre tus manos, estaban hirviendo, y me apretaste tanto que de seguro mis neuronas llevaron lo sentido a tu cerebro.

Esa noche pinté estrellas a tu espalda sin que te dieras cuenta, todavía las tienes ahí colgadas.

Comenzó a amanecer y me dijiste que no te gustaba eso, que el cielo se te iba destiñendo, los astros se despegaban y vos quedabas todo iluminado, ¿Qué gracia tiene el cielo cuando el telón del día llega?

Me dijiste que te ibas y yo te dije que no, que me llevaras, que ya se me había ido la vida, que ya no sabía yo tan amargo y no tenía nada más que regar en este mundo. Que estaba vacío. Entonces vos, con esas cosas raras que tenés en la cabeza, con tus antenas asentiste y me llevaste al otro lado de la atmósfera.

Fue así como nos le escapamos a la madrugada, a este mundo y su podrida realidad. Y seguimos visitando otros planetas, algunos más desgraciados, otros no tanto. Me llevaste a desayunar a Plutón, vimos como anochecía en Neptuno y nos emborrachamos en un bar de Europa -la luna de Jupiter-.

Me llevaste a tu galaxia, y si que era diferente: Todos tenían el mismo nombre, todos eran distintos, todos se llamaban como vos pero lo decían a su modo. No habían escaleras en tu mundo, ni edades, ni colores, si tenías un ojo de más eso qué más daba.

Cuando caminábamos por una nebulosa nos fuimos a un agujero negro y ahí si fue que el universo no supo más de nosotros. Al menos te pegué esas estrellas a la espalda para no estar tan oscuros.

Hace ya tanto tiempo que fue anoche, tanto tiempo que no es de día y que estamos felices en este hueco, con todas las estrellas para nosotros y sin telón que dañe el momento.

Y es que aún no recuerdo tu nombre, pero estoy seguro que no era Rumpelstiltskin.