SALTEAR, FREIR U HORNEAR
Al Baño con María o sofreído en las duchas con algún muchacho… Sexualidad, cuestión de condimentos.
“La sexualidad es tan insondable como el más allá”
Melodrama – Jorge Franco
La sexualidad y la muerte, Eros y Thanatos, placer y dolor… No rosaré los terrenos del psicoanálisis y pecar de ignorante, pero comienzo mis diatribas disfrazadas de ensayo con esta idea de dos cabezas. El sexo y la muerte, placer y dolor, “tanto tango, tanto dolor”, “primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, y al fin, andar sin pensamiento; me gusta el tango”, dice la muerte en el Lado Oscuro del Corazón II.
Insondable, inescrutable, indescifrable, incognoscible…, me atrevo a decir también que la sexualidad es indefinible, inclasificable. No me es posible concebir al ser humano sin sus dos condiciones fundamentales: Sexualidad y Mortalidad. El arma para construir y prolongar la existencia es el sexo, y en respuesta, para mantener un equilibrio y dinamizar la vida está la muerte, la destrucción. Dos pulsiones, como diría cualquier psicoanalista, por las que el ser se mueve, de lo contrario vendríamos siendo lo mismo o poco menos que una piedra.
A esto reduzco entonces al ser humano: sexo y muerte. En las simples ventas de los periódicos se puede comprobar cómo respondemos a estas dos ideas, por eso la crónica roja, el sensacionalismo y el amarillismo, los cadáveres expuestos en primera página y una contraportada de senos prominentes, venden más que el hambre en algún lejano continente y la noticia de otro extrajudicial más –a menos que se adjunten fotos de cuerpos famélicos y torturados-.
Escribiré aquí la palabra perchero: PERCHERO. En mayúscula, así será lo bastante grande para colgar el resto de prendas que le pueda quitar al humano: cuelgo la moral, los tratados de ética, los libros sagrados, los ismos, las doctrinas y los dogmas; ojalá pudiera colgar también en lo más alto la psiquis, la mente, los monólogos internos; pero dejaría demasiado desnudo al hombre. Nada estorbará entonces, he talado el pedestal donde está montada la humanidad. Ya, sin tanto adorno es más fácil comprenderlo todo.
Sin todos esos atavíos, seguimos siendo sexo y muerte. Planteo entonces el punto central por el que escribo todo esto: Si la sexualidad es tan insondable, inclasificable como la muerte; ¿por qué insistimos en tratar de entenderla, especificarla, dividirla y hasta polarizarla, dándole mayor o menor validez a ciertas expresiones que la contienen?
Los gustos eróticos y las afinidades afectivas son una cuestión de condimentos. Digo esto y pienso que es lo mismo preparar distintos platos con iguales ingredientes, a ir a la cama sin distinciones o condiciones, pero con iguales sentimientos. Recuerdo mi primer amor… mis dos primeros amores debería decir, porque me es imposible colocar a uno antes que el otro: Viviana, era una nenita de labiecitos gruesos, ojitos de pez globo, ojeras color remolacha, con un olor dulzón, una carita sacarosa, dulcificada con mocos chillones, unas pestañas de vaca y cachetes de fresa. La confusión vino cuando, casi al mismo tiempo, me enamoré de Manuel, con sus labiecitos delgaditos, ojos de tortuga, ojeras berenjena, con un olor brusco, una carita angulosa, una cortadita en la ceja izquierda…, los veía y puedo jurar que las rodillas hacían el mismo sonido que los dientes cuando hace frio. Una mezcolanza de bichos me inundaban el estomago y un sudor frio las manos. Ambos me gustaban por razones diferentes, cuestión de sazón, supongo.
Era lo uno o lo otro, y debía ser más la una que él otro, me recordaban en todas partes. En un colegio católico, donde está mal visto no ser otra oveja más del rebaño, yo opté por ser de las negras por las que el arte de la escultura, según Augusto Monterroso, ha progresado (Léase La Oveja Negra – Augusto Monterroso). Entonces allí estaba yo, con Manuel, dentro de un confesionario y muriéndome del miedo por lo que estaba sintiendo. Él jamás lo supo, seguro lo sospechó, pero nunca se lo dije... a Viviana tampoco.
Un tiempo después y gracias a mi madre, estaría sentado en algo menos que un diván, en una oficina empapelada con libros de Lacan y Freud, y frente a mí, con los pelos desparpajados, una mujer diciéndome: ‘¿Sabés cuál es el problema de la humanidad?: El Con-di-ciona-miento’. Y me dije: Sí, el problema de la humanidad no es más que eso, esa maldita costumbre de andar por ahí encasillándolo todo: Que los Judios, los Cristianos, los Negros, los Blancos, el Futbol, que Stalin y Musolini, que el norte y el sur, que el rojo es rojo y el negro la nada…
Gracias a las condiciones, en especial las sexuales, es que escribo este texto. Nací enredado y la sociedad no ha podido desenmarañarme. ‘Unos dicen que aquí otros dicen que allá’ y yo, pues… debo partirme en dos.
Genial, profundo.
ResponderEliminarMe construirè un PERCHERO para colgar tanto peso que llevo. Tendrè que hacerlo yo porque el que necesito no lo venden en ningún sitio.
Abrazos mágicos y púrpuras.
Condiciones, de eso esta lleno el mundo, unas que unen, otras que simplemente separan aun mas a cada uno de los que habitamos esta tierra llena y colmada de DIVERSIDAD...
ResponderEliminarMuy buen post...
Saludos!!
Sabes que me gustó mucho el ensayo en general y que para mi merece una publicación, aunque recuerda que te falta poner el perchero a la entrada del blog como me dijiste... Bueno es un comentario corto porque nada mas entre a revisar cosas antes de acostarme, como te dije ahora por tel, estoy que no me sostengo del cansancio, pero vi que no te habia comentado acá y aproveche... Espero que nos veamos mañana, tvb
ResponderEliminarHola Angel.
ResponderEliminarInteresante planteamiento....
SEXO Y MUERTE, dos fuerzas primarias, fundamentales, intrínsecamente relacionadas y al mismo tiempo completamente opuestas.
Reflexionaré en el asunto.
Saludos,