"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


sábado, 11 de julio de 2009

Cómo Cocinar un Muchacho (Parte V)

CREDITOS FINALES: EL POSTRE
Como comerse al muchacho... y no morir de indigestión.


“-“En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús para preguntarle: “¿Y quién es mayor en el reino de los cielos?”. Y llamando junto a si a un niño, lo puso delante de ellos y dijo…”

¿Y este de donde sacaría que Jorgito era un niño? Si lo hubiera visto con su penecito tieso, buscando afanosamente meterlo entre mis piernas. Si supiera que la razón para colgarse fue esta carne vestida de luto, este par de tetas que comienzan a hacer caso omiso del sostén, esta piel asesina y mis besos, que en lugar de enamorar, envenenan, como la mordedura de la serpiente más brava.

(…)

-“Y quien acoge en mi nombre a un niño como este, es a mí a quien acoge”.

Y dale con el niño. Como si estos no supieran de niños, si es lo único que comen. Ellos y yo comemos niños, no como en los cuentos de hadas con tenedor y cuchillo, no, los comemos como nos comemos los adultos, con el puñal y la guillotina que nos pusieron abajo, con maldad y alevosía, que después llamamos amor. Que confundidos estamos los humanos. Nos sabemos que nos estamos destruyendo con el bendito tema del amor, con sus falsas reglas, con sus expectativas. No, no creo estar tan loca si puedo ver lo que nadie ve. Tal vez soy como Román: Otro gato en la oscuridad”
Mala Noche – Jorge Franco

Hay que ser valiente para entregarse al amor de los muchachos. Y no lo digo porque sea un amor peligroso o salvaje, sino que toca desenvolverse en terrenos expuestos al ojo malevo de las vecinas camanduleras y los machos de escopeta, para quienes besar a un muchacho se ha convertido en un atropello a las ‘designaciones divinas’ y la virilidad.

Si bien he criticado los condicionamientos a la sexualidad, son evidentes las preferencias que cada quien pueda tener. Cuestión de sazón, de gusto, ya lo dije. Pero esta fijación, por más que insistan en encontrar sus orígenes, no se debe a un error ni a una mala decisión; comenzando porque es una decisión que nadie recuerda haber tomado, ¿o alguien se acuerda cuándo decidió si enamorarse de una Viviana o de un Manuel?

“Dios, ¿en donde tienen el veneno los muchachos?” Pregunta Fernando Molano, me pregunto yo. Porque morder a un muchacho es una labor de alto riesgo. Se carga con tanto apodo; las identidades y las condiciones a veces pesan. Además de las lecciones apostólicas y los sermones maternos que retumban en la cabeza con sólo tocarle la mano a un muchacho.

Así que pienso que la única manera de desear o amar a un muchacho -o muchacha- sin culpas ni latigazos porque sea mal visto o ‘indebido’, es comprarse un perchero para prejuicios, un cartelito en la puerta para advertir a los evangelistas y sacarse a si mismo del armario –tanto encierro no es bueno-. A veces pienso que la mejor y más básica forma de medir el bien y el mal es por el placer y el dolor o el número de muertes que se puedan provocar; y hasta donde recuerdo no he matado a nadie. Que no suene a hedonismo, aunque en el fondo guarde el olor, pero, como diría Janis Joplin refiriéndose a las drogas, y yo refiriéndome a los muchachos: “Lo que te hace sentir bien no te puede causar ningún daño”.

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