"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


jueves, 29 de octubre de 2009

Des(cas)Carado

Oh, respetable lector, permitidme un momento de sublime idiotez:



Sucedió un día cualquiera de la semana -quizás un lunes, tal vez un jueves-, que encontré un pobre huevo solitario en la canasta de los huevos, ya resignado a su agrietado destino.


Pobre huevo hijo de gallina flaca y de mal corral. Descalcificado además el miserable. Entonces yo, representando al verdugo salvador, lo acojo entre mis misericordiosas -villanescas, miseras-, manitos y descascaro al futuro huevo descarado.


Pobre, pobre y descalsificado, descascarado y descarado huevito; ya sin su alma clara y yema, quiero decir llena.


Pobre y miserable huevo que terminó convirtiendose en mi desayuno y en otro absurdo montaje excusado bajo la etiqueta de 'Arte Conceptual'.

Una producción de (izq-der): Elessar, Angelunático y Darkbantha.
Muchas gracias por su atención, favor reclamar el tiempo perdido a la salida del blog.

lunes, 26 de octubre de 2009

Re-membranza

Te le ibas escapando a mi lenguaje, y es que tu lógica es la de la palabra misma. Escribirte sería re-nombrarte, quizá re-cubrirte, un atrevimiento de redundarte. Pero ya ves, aquí me encuentras pretendiendo inventarte, si acaso re-membrarte no es el riesgo de desmembrarte.

Rehúyes a mi vocablo por no ser uno que me pertenezca, pero de los míos me valgo tejiendo cadenas para alcanzarte, sin correr peligro de ar-restarte. Y abandono la tarea de invocarte por miedo a repetirte, imposibilidad de re-encarnarte en esta carne de palabras tan desprovista de tacto.

sábado, 24 de octubre de 2009

En Buenas Manos

“Oh mis muertos
Me los comí me atraganté
No puedo más de no poder más”
En Esta Noche, En Este Mundo – Alejandra Pizarnik


-Abuela, los perros no bailan, los que bailamos por la plata somos nosotros.
-Pero un perro bien entrenado baila porque baila.
-Igual que un hombre bien remunerado.

Pobre de mi abuela, se fue engañada. Creyó que todo iba a cambiar, que quedaríamos en buenas manos. Seguramente el día que se fue pensaba que la nevera estaba llena, que la leche no se vinagraba hervida. Que todo mejoraría, que quedábamos en buenas manos, creyó que todo iba a cambiar. Se fue engañada, pobre de mi abuela que en paz descanse.

-Papá, me sabe mal este café. Le digo que la leche está vinagre.
-La leche hervida no se vinagra.
-Pero si lleva una semana ahí puesta.
-Todo está bien, mijo, impresiones suyas.

Papá, yo le advertí lo de la leche. De seguro la vaca estaba enferma, tendría la ubre infectada, la leche cortada. Sí ve, papá. Yo se lo dije. La abuela dejó la leche ahí puesta, pero ya estaba vinagre desde antes, por eso la hirvió, para intentar arreglarla. Pero ya ve, papá, lo mal que le ha caído el café de esta mañana, por eso yo no lo tomé.

-Mamá, no lloré. Mire, deje toda la ropa de mi abuela ahí en el armario. No hay necesidad de hacer eso ahora.
-Es mejor ventilar la pena, mandarla a quemar. A alguien le servirán estas prendas.
-Sí, mamá, pero no hace una semana que la abuela murió. Venga, no se ponga en esas. Tómese este cafecito para que llene el estomago.

Sí ve, mamá. Lo confirmamos. Son las vacas las que están dañando la leche antes de darla. Vea que ya papá y usted están en cama. Lo mejor será dejar de tomarla, por lo menos hasta que las vacas dejen de dañarla.

-Ay, mamá, la leche no deja de llegar cortada. Algo les pasa a las vacas. Pero mientras tanto, coma algo y páselo con agua. Dele a papá.
-Comamos los cuatro, llame a su hermano.
-No, mamá, ya me han traído a mí el alimento. No les guardé porque no me lo permitieron. Tuvieron que cambiarme las sabanas, les había escondido unos bocados a ustedes bajo la almohada.
-¿Usted ya comió?
-Sí, una mujer entró al cuarto y me dio de comer. Yo le pedí para ustedes, pero fue como si no me escuchara. ¿Dónde está Martín, mamá?
-En el cuarto de la abuela, encerrado.

Martín está como raro. De pronto sus rasgos están perturbados. No creo que sea la leche. Tal vez el agua también ha llegado envenenada. Nos van a dejar morir de hambre, que alguien haga algo.

(-Tranquilo, tranquilo, va a sentir una picadura y…
-Pero mire, que es Martín, está muy raro, como desfigurado. Hace tanto no come…
-Tranquilo, duérmase).

-¡Mamá!, mamá despierte. Papá esta vomitando. ¡Mamá! vístase que nos vamos. Vaya póngase la chaqueta, voy a despertar a mi hermano. Escuche allá afuera lo que está sonando. ¡Despierte, mamá!

Qué le pasa a Martín que de pronto se ha puesto morado. Que son esos ojos tan extraños. No parece mi hermano. Y papá se ha quedado encerrado en el baño. Todo está vuelto mierda, los trastos no se han lavado. La alcoba de mi abuela desordenada, que extraño. Esta mañana estaba todo arreglado. Oigo pasos.

-¡Mamá!

Fue el agua que les hizo daño. ¿Pero por qué Martín está amoratado?

(-¡Quién es usted, qué me está inyectando! Le digo que yo no los maté, fueron las vacas, el agua y los que entraron rompiendo la puerta y disparando a todos lados. Nada es muy claro.
-Shh… tranquilo, sólo es un delirio).

Sé que mamá ya estaba muerta, yo lo sé, antes que ellos irrumpieran. Se estaba allí quietica. Sin embargo uno de ellos se acercó y le asestó un disparo entre sus parpados. A papá no lo vi, pero no salió del escusado. Al pobre Martín sí, lo vi todo, yo estaba escondido entre el armario del cuarto de la abuela, él recostado en la cama. Ellos entraron, mi hermano apenas alcanzó a detallarlos. Estaba gritando porque lo había despertado el disparo en la habitación de mis padres. Pobre Martín, yo lo vi, el me miró también sin delatarme.

-Abuela, que los perros no bailan. La leche está vinagre. El agua sabe raro. Abuela, le desordenaron la cama, no se enoje conmigo. Qué hago con Martín que lo veo desmadejado. Abuela, Martín se ha escurrido entre las sabanas y mamá no puede venir a consolarlo. Papá aún no sale de ese baño. Yo me he escondido, cobardemente, en el armario. Abuela, ¡los pasos! Fueron ellos, pero nadie lo cree, me toman por perturbado.

No sé de haber gritado que me habría pasado. Pero sé que no estaría aquí amarrado. Yo no estoy loco, no me lo digan, que no estoy loco. Ustedes no se creen la pesadilla, porque suena a cuento inventado. Pero les digo, les digo que pasó y ya ha pasado.

(-Enfermera, por favor, suelte un poco más las correas que me están asfixiando.
-Tranquilo, tranquilo. Está en buenas manos).

sábado, 17 de octubre de 2009

Ni en un bosque, ni en la China

Los peces se me tragaron la fiebre, lo juro. El dolor en el oído desapareció como tantos cuerpos lo harían por esa misma corriente poco tiempo después. Pero en ese entonces eran unas aguas cristalinas, llenas de unos pececitos negros que le rozaban a uno todo el cuerpo.

(-Mamá, ¿cómo se llamaba la quebradita de los peces sanadores?
-La Santa… ¿santa qué? ¿Inés?
-Teresita- responde papá).

Y no exagero cuando digo que la quebrada en ese entonces era transparente, si hasta los pies se veían chapoteando por allá en el fondo junto a los pececitos de agua dulce que se sorbían la fiebre. Mis aleticas de cuatro años sacudiéndose para que la corriente no me arrastrara rio abajo hacia el océano, ese charco salado que tienen por mar allá en Turbo, el mismo que me había inflamado los oídos.

-Mamá, este mar no es el mismo de la otra vez.
-No, hijo. Es que estamos en otra parte, este no es el mismo mar.

Cómo no iba a ser el mismo, si el mar siempre es el mismo. Lo que pasa es que allá se comenzó a concentrar algo que lo hizo saber y oler distinto. Ese algo que se metió por mi oído y me puso a hervir a casi treintainueve grados.

Habíamos viajado mamá, papá y yo en el Renault 4 naranja hacia Apartadó, para visitar a mi tio Jairo, a su esposa y a mi prima Sandra. Mi hermana y mi prima Marce se habían ido en avioneta. Antes de llegar a la casa de mi tío hicimos un mercado para llevárselo, porque los tiempos no eran los mejores. Yo aproveché e hice mi berrinche habitual para que me compraran el tarrito amarillo de leche en polvo Klim porque traía un cassette con coplas infantiles.

Ya mis papás estaban hasta la coronilla de la bendita chinita que se había perdido en un bosque de la China y yo que sí y ella que no; y ellos que no y yo que sí. Y al cabo llegamos a casa de mi tío sin más discusión, con el cassette dando vueltas en el pasacintas.

(-Sandra, ¿por qué fue que les tocó venirse para Medellín?
-Por lo de la Chinita.
-¿La que se perdió?
-No, por la masacre).

Nos tocaba dormir a cuatro por cama, la casa no era muy grande y había que dejar el menor espacio posible a las culebras. ‘Mucho cuidado que por las noches se van bajando del techo, sobre todo les gusta el sanitario’, nos había dicho Luz Dary la esposa de mi tío. Y a mí poco me importó lo de las culebras, dormí pensando en que al otro día iríamos todos al mar.

Pero que culebras las de ese lugar. Disparaban un veneno que mataba a conciencia. Y atacaban porque sí y porque también. Entonces supe que había que dormir juntos no fuera y nos tocara morir por separado, no estaba de más ahorrarles tiempo a los bichos que entraran a matar. Aunque igual ellos se tomaban su tiempo.

Días antes de que llegáramos, a Luz Dary le había tocado ver como uno de esos bichos atacaba a un fiscal que pasaba cerca a ella, y de pronto la culebra se lo dejó bien tendido a los pies. Quizá por eso fue que la vi llorando cuando al otro día hablaba con mamá. Nos mandaron a Sandrita y a mí para el carro a escuchar el cassette de la chinita, porque disque tenían que tratar asuntos de mayores. Pero yo sé que fue lo del fiscal, mi prima me lo contó dentro del Renault 4 naranja.

(-Esos tiempos fueron muy horribles, de pronto uno salía y le tocaba empujar la puerta porque se la habían dejado trancada por fuera con algún muerto. Acordate lo de mi mamá que apenas iba saliendo de la papelería donde trabajaba le dejaron al fiscal ahí tirado.
-¿Y quién fue?
-Lo único cierto es que no fue de las que se arrastran).

Mi prima y yo esperamos en el carro hasta que todos nos acomodamos en él para ir a la playa. Se sentía diferente el aire cuando uno se alejaba de Apartadó. Más liviano, aunque esa pesadez de allí se comenzara a extender por toda la región, Turbo se pudría también.

(-Pueblo Nuevo se llamaba el barrio donde vivíamos. Eso quedaba ahí pegadito a La Chinita.
-No había bosque, ¿cierto?
-No.
-Con razón no se perdieron los que vinieron a encontrarse con lo que sí salieron perdiendo.
-Ay, primo, vos estás loco).

Nos tocó devolvernos de Turbo por mi dolor de oído. Cuando llegamos de nuevo a Apartadó me llevaron al hospital para que me revisaran. Cómo odio el sonido que hace la jeringa cuando le sacan las burbujas de aire que quedan adentro. Y el dolorcito que se prolonga por horas y lo deja a uno cojo.

-Mañana va estar bien, va a ver.

Y estar bien fue la subida de temperatura, los escalofríos con nauseas y el dolor de cabeza con esas palpitaciones acompasadas dentro de mi cerebro. Fue doña Consuelo, la suegra de mi tío Jairo, la que nos recomendó ir a la Santa Teresita, que porque era bendita.

Luego fue que desaparecieron los peces de la quebrada entonces no hubo quien se tragara las fiebres y el dolor. Como en otros tantos pueblos, hubo masacres. En uno mataron a varios travestis y los desmembraron, los tiraron al río y le advirtieron a la gente que si tomaban agua durante esa semana se infectarían de sida. En otros lugares envenenaron los arroyos y dejaron a los niños deshidratarse. Todas las vertientes eran canales de cuerpos mutilados que terminaban en el mar. No había tren como en Ciénaga cuando la masacre de las bananeras, entonces utilizaron los ríos para deshacerse de sus pecados. Todos estaban manchados, mataron campesinos con la excusa de ser colaboradores de la guerrilla; los paramilitares se estaban tomando el control de la zona con la ayuda del Ejército y de las empresas privadas que explotaban la región.

Lo de la Chinita fue que la guerrilla se entró a acabar con los desmovilizados del Ejército Popular de Liberación; querían vengarse disque por traición a los ideales. Pero fue una maniobra doble, donde el Ejército también sacó su tajada del manjar y aprovechó para culpar a miembros de la Unión Patriótica y del Partido Comunista de ser los ‘autores intelectuales’ de la masacre, una piedra más para debilitar a estos partidos políticos perseguidos desde la década anterior.

Y es que esa ha sido la ley en estos pueblos. A penas cae el muerto, llegan los carroñeros a separar su pedazo. Todos quedaron untados. Hasta el mar, el banano y la palma de cera que germinó entre las manchas.

Mi tío Jairo y la familia se vinieron de esos lados en busca de vientos menos agitados. Cosa que no era cierta, pero algo era algo. Tenían miedo, miedo tenían y quién no. Llegaron a Medellín, donde aún temblaba la tierra por los estruendos de los años del ‘Patrón’.

(-Mamá, ese mar de allá es como café.
-Es por el río Atrato que se ve así.
-Yo creo más bien que le echaron tierra al asunto).

jueves, 15 de octubre de 2009

¡Blog del Día!


Qué grata sorpresa me he llevado al leer el siguiente comentario en la entrada Firma/Frag mento:

“Vinimos dando una vuelta y encontramos tu blog. Decidimos otorgarte, tras un minucioso estudio, el prestigioso galardón al MEJOR BLOG DEL DÍA correspondiente al viernes 16 de octubre de 2009 en No sin mi cámara por los contenidos y matices”

Ahora hago parte de la Orden del Stultifer de Oro.

Quiero agradecer a Stultifer y a su blog por el reconocimiento. A los lectores de Ángel Lunático que se toman el tiempito de leer las entradas, de verdad que aprecio su atención y sus comentarios.

Espero se den la pasadita por el blog No sin mi cámara y si tienen fotografías de escaleras pueden enviarla al correo: edusiete@gmail.com

Julio C. Londoño A.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Firma/Frag mento

Los atardeceres en Medellín siempre están incompletos. Las montañas a contraluz por el sol que se esconde son un pedazo que le han tajado al cielo. Como las hojas del periódico cuando se rasga un aparte, o el pedazo de papel que queda cuando se han robado una página del libro. Picos irregulares, un electrocardiograma de todos los corazones de la ciudad, la gráfica de los que suben a los barrios para bajarse unos cuantos. Así se ven las montañas, todas oscuras porque el cielo está más claro y acá abajo todo es penumbra, todo.

Tenemos un cielo, roto, pero al fin de cuentas cielo.

Al menos instiga a imaginar el otro retazo, a dibujarlo tal vez, o a escribirlo.

Los atardeceres en Medellín siempre están incompletos. Las montañas a contraluz por el sol que se esconde esbozan el cuerpo de una mujer que se dispone a dormir, pero no puede, se queda en vela. Reza tal vez acompañando a las madres que repasan camándulas a la salud de sus hijos. O es quizá una puta que se recuesta cansada por su faena. O una mujer que da a luz a plena sombra.

Pero tenemos un cielo, como sabana rota, pero es un consuelo.

Al menos incita a meter la mano entre los pliegues y buscarle un rincón en el cual esconderse.

Los atardeceres en Medellín siempre están incompletos. Las montañas a contraluz por el sol que se esconde se parecen a este escrito que queda pendiente. A falta de imaginación o tal vez por miedo a forzarla, dejo descansar las metáforas que me han pedido una tregua.

Tenemos un cielo, como bombilla que explota, pero alumbró un momento.

Al menos obliga a entregarse a la noche, que aguarda con sueños, poluciones, malos versos.

domingo, 4 de octubre de 2009

Mercedes, a secas.

Yo no tenía idea alguna de quien había sido Alfonsina. Sólo sabía que cinco sirenitas se la habían llevado por caminos de algas y de coral. También supe que había dejado un recado para algún amante: ‘Ah, un encargo, si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido’, y no volvió.

Yo me recostaba en el piso del balcón de mi casa, le pedía a mamá que me pusiera el cassette con la canción del negrito que se lo comería El Coco si no se dormía. Cuando terminaba esa canción de cuna comenzaba la historia de Alfonsina. Entonces yo me abrazaba a una almohada que me había llevado para el balcón, me aferraba fuerte como quien naufraga, como quien se deja llevar por caballos marinos, como quien se arrulla con la canción que canta en el fondo oscuro del mar la caracola, como quien muere o se suicida.

Tendría yo seis o siete años cuando un día mi tía Ángela, la ‘comunista’ de la familia, llegó diciendo que Mercedes Sosa vendría a Medellín acompañada por un señor, un tal Pablo Milanés. El día del concierto lloré y pataleé y me le aferré a mamá de las piernas para que me llevara. Y ya estaba yo allí, en plena Plaza de Toros esperando que saliera la voz ronca que me contaba la historia de Alfonsina y me arrullaba amenazándome con El Coco Blanco. Y salió toda esa masa -debería decir toda esa Maza-, Mercedes era muchas, y era única a la vez. En algún momento me dormí, qué torpeza de niño, me dormí y desperté con la bendita canción marina. Y Pablo cantaba con ella y ella con Pablo.

‘Imaginen ustedes a un gigante coro de América Latina’, imagínenlo, ella lo pidió y se lo merece. Imagínenlo simplemente. ‘Todas las voces, todas’, gritaríamos en coro y ella respondería: ‘toda la sangre puede ser canción en el viento’.

Imagínenlo, sólo imagínenlo.

Aún imaginándolo tengan miedo al pensar que alguien para la pista y saca el cassette, o le baja al volumen, o la cinta se enreda, o se va la luz y el escenario queda en penumbra.

Hoy a muerto la ‘Voz de América Latina’, qué tenebroso suena eso en los titulares de noticias. Claro que desde antes venía enmudeciendo, y no hablo de Mercedes, ella seguirá cantando.

La Negra Sosa es sólo una cuerda del instrumento, pero se rompió, de tanto ladrar y llorar se rompió. Queda el consuelo de tontos de saber que personas como ella, de alguna manera, se eternizan. Uno sabe que en cualquier lugar alguien podrá escuchar a Sosa en algún disco o cassette que quedó olvidado en un rincón, o por alguna tía rebelde de las que no faltan en las familias godas, o porque cantó con Shakira sabiéndose que fue Shakira la que cantó con Mercedes. O porque sí, porque tiene que ser así, debería ser así.

Se murió, ‘morir también es ley de vida’ dice Jorge Drexler. Se murió y alguno que otro estará diciendo que se debió haber muerto desde antes, otros como mi tía Ángela, deben tener sordos a los vecinos por el volumen de la música.

A veces pienso qué sería de Mercedes si fuera colombiana y… mejor me callo. Duró más en Argentina a pesar de su oposición hacia la dictadura. Si tuviéramos una Sosa aquí no sé qué tan peligrosa sería para la Seguridad Nacional. Porque sí, tenemos orgullos patrios, tenemos a Shakira y Juanes, y digo qué bien suena la primera, sobre todo al lado de Mercedes cantando La Maza; del segundo me alegra que haya pisado Cuba sin los prejuicios que tienen muchos aquí en Colombia. Tenemos a Andrea Echeverri gritando en los conciertos ‘no señor, ninguna mata mata’, las matas no matan, dejemos la pendejada. Pero no tenemos una voz como la de la Sosa en Argentina, o la de tantos otros que formaron parte de esa Voz Latinoamericana, de los que algún día pusieron pecho al plomo porque les dolía lo que pasaba en este territorio donde los cuenticos de García Marques se van volviendo realidad.

Gracias a la vida por Mercedes, a Argentina por parirla y no desaparecerla ni apagarla. Hoy seguramente la velarán con todos los honores nacionales y esas cosas.

Ojalá el cassette no se borre, ni los hongos lo corroan. Sólo le pido a Dios que esa epidemia amnésica que sufrimos los latinoamericanos no se siga extendiendo. Aunque peco de optimista, tantas veces hemos cometido el mismo error, ya no duele el olvido.

Sobreviviendo, esperemos, sobreviviendo. Mercedes, Mercedes Sosa. ¿Sosa?, esas cosas de la vida, sosa es algo sin gracia, sin sal, y eso era lo que le sobraba a Mercedes. Mercedes, simplemente Mercedes, a secas.

Ahora sí, mujer, te bajamos la lámpara un poco más, ¿qué constelación se te antoja?

Duerme, duerme, Negrita.

sábado, 3 de octubre de 2009

Dionaea Muscipula

Como la eclosión de una flor ella desenreda sus piernas, las desenvuelve como pétalos y de pronto allí esta su sexo dispuesto a la polinización. De mi estambre a su estigma.

Y entonces ya no es más una orquídea inocente, su sexo se transforma en Dionaea Muscipula, para engullirme y descomponerme con sus ácidos sexuales. Una flor carnívora que aguarda por su presa, alguna abeja que pretenda aguijonearla y consiga una muerte espasmódica, o quizás una mosca que relama sus labios nocivos y quede extinta.

Un sexo botánico es lo que aguarda allí tras el follaje de su falda. Sexo verde, de Mantis Religiosa alistándose para volver el cuello y decapitar al forastero que la subyugue.

Le digo que es como una flor, de las carnívoras, venenosa además. Sorbe cada gota de vida que pueda uno tener.

Y vaya que si se inunda esa mujer.

-Para, mujer, que las ventanas están cerradas. Detenté ya que podemos naufragar.

Y es ella que no puede más cuando ya el barco está hundido. Cuando no hay más que hacer, sin el remo ni el apetito de buscar un pedazo de cama al que aferrarse para no ahogarse en la habitación encharcada.