"Yo no sé hablar como todos, mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos,

de donde no es, de los encuentros con nadie.

¿Qué artículos de consumo fabricar con mi melancolía a perpetuidad?"

Alejandra Pizarnik


sábado, 17 de octubre de 2009

Ni en un bosque, ni en la China

Los peces se me tragaron la fiebre, lo juro. El dolor en el oído desapareció como tantos cuerpos lo harían por esa misma corriente poco tiempo después. Pero en ese entonces eran unas aguas cristalinas, llenas de unos pececitos negros que le rozaban a uno todo el cuerpo.

(-Mamá, ¿cómo se llamaba la quebradita de los peces sanadores?
-La Santa… ¿santa qué? ¿Inés?
-Teresita- responde papá).

Y no exagero cuando digo que la quebrada en ese entonces era transparente, si hasta los pies se veían chapoteando por allá en el fondo junto a los pececitos de agua dulce que se sorbían la fiebre. Mis aleticas de cuatro años sacudiéndose para que la corriente no me arrastrara rio abajo hacia el océano, ese charco salado que tienen por mar allá en Turbo, el mismo que me había inflamado los oídos.

-Mamá, este mar no es el mismo de la otra vez.
-No, hijo. Es que estamos en otra parte, este no es el mismo mar.

Cómo no iba a ser el mismo, si el mar siempre es el mismo. Lo que pasa es que allá se comenzó a concentrar algo que lo hizo saber y oler distinto. Ese algo que se metió por mi oído y me puso a hervir a casi treintainueve grados.

Habíamos viajado mamá, papá y yo en el Renault 4 naranja hacia Apartadó, para visitar a mi tio Jairo, a su esposa y a mi prima Sandra. Mi hermana y mi prima Marce se habían ido en avioneta. Antes de llegar a la casa de mi tío hicimos un mercado para llevárselo, porque los tiempos no eran los mejores. Yo aproveché e hice mi berrinche habitual para que me compraran el tarrito amarillo de leche en polvo Klim porque traía un cassette con coplas infantiles.

Ya mis papás estaban hasta la coronilla de la bendita chinita que se había perdido en un bosque de la China y yo que sí y ella que no; y ellos que no y yo que sí. Y al cabo llegamos a casa de mi tío sin más discusión, con el cassette dando vueltas en el pasacintas.

(-Sandra, ¿por qué fue que les tocó venirse para Medellín?
-Por lo de la Chinita.
-¿La que se perdió?
-No, por la masacre).

Nos tocaba dormir a cuatro por cama, la casa no era muy grande y había que dejar el menor espacio posible a las culebras. ‘Mucho cuidado que por las noches se van bajando del techo, sobre todo les gusta el sanitario’, nos había dicho Luz Dary la esposa de mi tío. Y a mí poco me importó lo de las culebras, dormí pensando en que al otro día iríamos todos al mar.

Pero que culebras las de ese lugar. Disparaban un veneno que mataba a conciencia. Y atacaban porque sí y porque también. Entonces supe que había que dormir juntos no fuera y nos tocara morir por separado, no estaba de más ahorrarles tiempo a los bichos que entraran a matar. Aunque igual ellos se tomaban su tiempo.

Días antes de que llegáramos, a Luz Dary le había tocado ver como uno de esos bichos atacaba a un fiscal que pasaba cerca a ella, y de pronto la culebra se lo dejó bien tendido a los pies. Quizá por eso fue que la vi llorando cuando al otro día hablaba con mamá. Nos mandaron a Sandrita y a mí para el carro a escuchar el cassette de la chinita, porque disque tenían que tratar asuntos de mayores. Pero yo sé que fue lo del fiscal, mi prima me lo contó dentro del Renault 4 naranja.

(-Esos tiempos fueron muy horribles, de pronto uno salía y le tocaba empujar la puerta porque se la habían dejado trancada por fuera con algún muerto. Acordate lo de mi mamá que apenas iba saliendo de la papelería donde trabajaba le dejaron al fiscal ahí tirado.
-¿Y quién fue?
-Lo único cierto es que no fue de las que se arrastran).

Mi prima y yo esperamos en el carro hasta que todos nos acomodamos en él para ir a la playa. Se sentía diferente el aire cuando uno se alejaba de Apartadó. Más liviano, aunque esa pesadez de allí se comenzara a extender por toda la región, Turbo se pudría también.

(-Pueblo Nuevo se llamaba el barrio donde vivíamos. Eso quedaba ahí pegadito a La Chinita.
-No había bosque, ¿cierto?
-No.
-Con razón no se perdieron los que vinieron a encontrarse con lo que sí salieron perdiendo.
-Ay, primo, vos estás loco).

Nos tocó devolvernos de Turbo por mi dolor de oído. Cuando llegamos de nuevo a Apartadó me llevaron al hospital para que me revisaran. Cómo odio el sonido que hace la jeringa cuando le sacan las burbujas de aire que quedan adentro. Y el dolorcito que se prolonga por horas y lo deja a uno cojo.

-Mañana va estar bien, va a ver.

Y estar bien fue la subida de temperatura, los escalofríos con nauseas y el dolor de cabeza con esas palpitaciones acompasadas dentro de mi cerebro. Fue doña Consuelo, la suegra de mi tío Jairo, la que nos recomendó ir a la Santa Teresita, que porque era bendita.

Luego fue que desaparecieron los peces de la quebrada entonces no hubo quien se tragara las fiebres y el dolor. Como en otros tantos pueblos, hubo masacres. En uno mataron a varios travestis y los desmembraron, los tiraron al río y le advirtieron a la gente que si tomaban agua durante esa semana se infectarían de sida. En otros lugares envenenaron los arroyos y dejaron a los niños deshidratarse. Todas las vertientes eran canales de cuerpos mutilados que terminaban en el mar. No había tren como en Ciénaga cuando la masacre de las bananeras, entonces utilizaron los ríos para deshacerse de sus pecados. Todos estaban manchados, mataron campesinos con la excusa de ser colaboradores de la guerrilla; los paramilitares se estaban tomando el control de la zona con la ayuda del Ejército y de las empresas privadas que explotaban la región.

Lo de la Chinita fue que la guerrilla se entró a acabar con los desmovilizados del Ejército Popular de Liberación; querían vengarse disque por traición a los ideales. Pero fue una maniobra doble, donde el Ejército también sacó su tajada del manjar y aprovechó para culpar a miembros de la Unión Patriótica y del Partido Comunista de ser los ‘autores intelectuales’ de la masacre, una piedra más para debilitar a estos partidos políticos perseguidos desde la década anterior.

Y es que esa ha sido la ley en estos pueblos. A penas cae el muerto, llegan los carroñeros a separar su pedazo. Todos quedaron untados. Hasta el mar, el banano y la palma de cera que germinó entre las manchas.

Mi tío Jairo y la familia se vinieron de esos lados en busca de vientos menos agitados. Cosa que no era cierta, pero algo era algo. Tenían miedo, miedo tenían y quién no. Llegaron a Medellín, donde aún temblaba la tierra por los estruendos de los años del ‘Patrón’.

(-Mamá, ese mar de allá es como café.
-Es por el río Atrato que se ve así.
-Yo creo más bien que le echaron tierra al asunto).

6 comentarios:

  1. Saludos, te invito a visitar mi Blog: www.cuadroclinico.blogspot.com
    :)

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  2. Joder Julio, que cosa tan jodida :(... siempre he querido poder hacer algo más que sentir indignación...

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  3. Yo quisiera poder recordar con tanto detalle cosas de esa edad, ya te he comentado que tengo problemas con eso... Y lo mejor es que tu le das ese toque mágico con tus escritos, tu memoria debe ser un cubo lleno de mariposas y polvo lunar, tvb

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  4. Creo que el retrato de la oleada de violencia que sacudio a nuestro pais se ve mas trasparente y dolorosa a traves de este escrito, aun estamos llenos de muertos que no lloramos porque son solo una estadistica.

    Y nuestro pasado se borra. como si tampo a el tuvieramos derecho.

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  5. Es sorprendente ver como con detalle recuerdas una epoca tan oscura del país, claro que esta vez es desde la mirada inocente de un niño, pero que su inocencia parecia no ser un limitante para comprender las cosas que lo rodeaban...

    Saludos,

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  6. Hola Angel,

    Es lo mejor que he leído de tí hasta ahora, la metáfora de los pececitos y la quebrada milagrosa es una maravillosa manera de encuadrar la violencia que ha sacudido al Urabá de tiempo atrás desde diversos frentes y con distintos autores.

    Saludos,

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